Fecha:
15/06/2015
Este mes queremos detenernos en un álbum que uno de los autores más queridos de la literatura infantil contemporánea, Satoshi Kitamura, creó junto con la escritora Hiawyn Oram en 1984: En el desván. Una obra que nos adentra, como los álbumes de otros autores como Sendak, Shulevitz, Browne, Sís, Wiesner, Lee o Becker, en una de lascomarcas imaginarias, ideada por la mente de un pequeño.
En el desván, como ya sucediese con El letrero secreto de Rosie de Sendak, Un Lunes por la mañana de Shulevitz o, mucho más recientemente, Imagina de Becker, utiliza elaburrimiento como desencadenante de la aventura. El aburrimiento es lo que pone en marcha la partida, el viaje hacia esos otros mundos que no caben en nuestro mundo. En un artículo que Kitamura escribió para GRETEL ya hablaba de las potencialidades de ese estado: “Un día, estaba yo acostado en mi minúsculo apartamento sintiéndome particularmente aburrido. Realmente el aburrimiento puede llegar a ser la madre de todas las invenciones”. Y mira por dónde, una de sus primeras obras publicadas tuvo al aburrimiento como punto de partida y como enzima de la imaginación...
Citando de nuevo al autor-ilustrador japonés: “la historia de un buen libro álbum debe tener un lenguaje sencillo, pero debe ser rica en cuanto a su contenido”. En el desvánes un ejemplo de cómo una buena simbiosis entre texto e imágenes produce obras que ganan complejidad a medida que crece la atención del lector en los detalles. El texto es aquí muy corto y simple. El pequeño nos explica de forma directa y sin necesidad de narrador lo que le ocurre. Mientras tanto, las ilustraciones, sencillas en su trazo pero muy detallistas, amplían la información y abren el relato hacia otros niveles de interpretación mucho más complejos. Son ellas las que llevan el peso del relato, las que lo abren hacia otras historias, las que configuran y dan forma a ese territorio de lo imaginario y las que nos muestran esa imaginación infantil en movimiento.
En la primera doble página nos encontramos al protagonista sentado en el suelo de su habitación. Nos dice: “Yo tenía un millón de juguetes y me aburría”. Cubriendo por completo el suelo, nos encontramos con los juguetes de los que habla. Y aunque todavía no nos hallamos en el territorio de lo imaginario, el escenario tiene ya mucho de fantástico y da muchas pistas sobre cómo el ilustrador concebirá esos territorios de la imaginación. Esto se debe tanto a la perspectiva elegida, como a la disposición de los objetos sobre la doble página y a los increíbles artilugios que se encuentran en su colección, entre los que encontramos múltiples referencias a la arquitectura y escultura constructivista, un estilo en donde lo simple y lo extraordinario conviven con lo improbable, desplegándose así hacia lo ilusorio. Como decía Alexánder Rodchenko: “Si se desea enseñar al ojo humano a ver de una forma nueva, es necesario mostrarle los objetos cotidianos y familiares bajo perspectivas y ángulos totalmente inesperados y en situaciones inesperadas”. Y es en este sentido en el que la estética del constructivismo juega un papel relevante en la geografía de lo imaginario de Satoshi Kitamura.
La escalera del camión de bomberos con la que accede al desván, o los espacios interiores y las plataformas, ventanas y artefactos que encuentra en él, crean, a través de esas perspectivas nuevas, toda una serie de situaciones inesperadas, y trasladan rápidamente al lector al mundo interior del niño, a los territorios imprecisos de la imaginación y el juego. Los espacios imposibles se mezclan en el desván con elementos fantásticos ysituaciones inverosímiles, en un juego en el que las perspectivas alucinadas del constructivismo se combinan con elementos surrealistas, creando así territorios ilusorios, ficticios.
Una vez dentro, conocemos las andanzas del pequeño en diversas situaciones: junto a una vasta familia de ratones, entre una colonia de escarabajos, acompañando a una araña, o abriendo ventanas que no conducen sino a otras ventanas (imagen, ésta última, que bebe de los cuadros de Dalí, de las perspectivas imposibles de Escher o de las reflexiones visuales de Magritte). El desván se convierte de ese modo en un lugar cambiante, sin puntos de referencia fijos a los que agarrarse. Algunas veces aparece como un sitio cerrado pero atiborrado de personajillos diminutos. Otras como un espacio abierto, como una lanzadera hacia otros paisajes, como punto de partida de nuevos viajes y encuentros.
Cuando el niño termina de jugar y finaliza el viaje, decide bajar a contarle sus aventuras a su madre, quien atónita le responde: “Pero nosotros no tenemos desván”. La última página se abre a la ambigüedad, ya que tanto el texto como la imagen desdibujan los límites entre la realidad y la ficción: “Bueno, ella puede no saberlo, ¿o si? Ella no ha encontrado la escalera”, dice nuestro protagonista, con el camión de bomberos en sus manos y mientras vemos a parte de uno de sus amigos imaginarios asomando a través de la ventana.
En el desván es una oda a la imaginación infantil, un homenaje a la capacidad de los más pequeños para levantar territorios imaginarios y atravesarlos y habitarlos sin necesidad de construir firmes fronteras que los separen de lo real o lo cotidiano. Más bien al contrario, simples objetos, palabras o estados de ánimo les sirven para trasladarse de un lugar a otro, sin dejar de habitar nunca el otro mundo. Como muchos otros autores, Oram y Kitamura recogen y exponen la necesidad y la capacidad infantiles para dar sentido al mundo, no sólo a través de lo que sabemos ubicar en un mapa, sino gracias, sobre todo, a aquello que se escapa a los límites de cualquier cartografía, y que tiene como punto de partida la imaginación.
http://lacoleccionista-libroalbum.blogspot.com.es/2015/06/en-el-desvan.html
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