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Andrés Sánchez Robayna: "En la poesía española de los últimos decenios ha habido un gregarismo empobrecedor"

Fecha:
28/06/2016
El poeta y ensayista publica el tercer volumen de sus diarios, Mundo, año, hombre, donde la reflexión interior se combina con el análisis de nuestro tiempo.

El ser humano libra contra el tiempo una batalla perdida de antemano, pero puede paliar su derrota fijándolo, parcial y virtualmente, mediante la memoria. Y esta encuentra en la literatura, sobre todo en la memorialística, una de sus herramientas fundamentales. Andrés Sánchez Robayna (Las Palmas, 1952) la utiliza desde hace décadas, aunque reconoce que no es más que "una mera ilusión, otra forma -una más- del ubicuo, fatal velo de Maya". El poeta y ensayista escribe un diario para, ante todo, explicarse a sí mismo "lo que adviene al espíritu" y, si lo consigue, considera que esta clarificación puede ser interesante y útil también al lector. Por eso los publica periódicamente. La inminencia (1996) y Días y mitos (2002) recogen el contenido de sus diarios desde 1980 hasta 2000, y ahora ve la luz el tercer volumen, Mundo, año, hombre, correspondiente a los años 2001 a 2007 y editado, como los anteriores, por Fondo de Cultura Económica. Además de esas indagaciones en el yo extensibles al "nosotros", los diarios de Sánchez Robayna están repletos de referencias literarias, filosóficas, artísticas, cinematográficas y musicales -de Baltasar Gracián a José Ángel Valente, de Vermeer a Cy Twombly- y experiencias compartidas con otros personajes destacados del panorama cultural, así como reflexiones y críticas sobre la actualidad, de modo que sus páginas constituyen un interesante testimonio de nuestro tiempo.

Pregunta.- En el prólogo de Mundo, año, hombre alude al paso del tiempo, a la fragilidad de nuestra existencia y al olvido al que estamos todos condenados. ¿La literatura forma parte de un autoengaño necesario para seguir adelante, para vivir nuestras vidas con cierto sentido de trascendencia?

Respuesta.- Yo no hablaría de autoengaño. Pienso más bien que se trata una dimensión o una versión de la esperanza, esencial a la naturaleza humana. Necesitamos tener la esperanza de que, aunque seamos “niebla y nada”, lo que hacemos y sentimos posee un significado. Necesitamos pensar y sentir que nuestras cenizas, como decía Quevedo, tendrán sentido.

P.- También define la literatura como una vía de autoconocimiento, como un combate contra uno mismo y contra ideas injustificadamente aceptadas; como un combate contra el tiempo y, simultáneamente, una manera de fijarlo... ¿Cuál de estos y otros que menciona en el libro es el motivo principal por el que usted escribe un diario?

R.- El motivo principal, sin duda, es el deseo de detener el tiempo, aunque sea ilusoriamente. Una anotación del diario es, para mí, un modo de decir, a la manera de Goethe, “detente, instante, eres tan hermoso...”. Y eso no sólo en cuanto al mundo sensible, sino también al espiritual y al intelectivo. Es un modo de hacer perdurar toda clase de experiencias. Schopenhauer decía que si con frecuencia olvidamos lo que vivimos, qué decir de lo que hemos pensado. “Así pues, ponerlo por escrito”, recomendaba. De esta manera luchamos contra el tiempo, contra su efecto destructor, preservando ciertos momentos, ciertos instantes privilegiados, y esos instantes son un reflejo de lo eterno, en cierto modo.

P.- Sus diarios demuestran que en buena medida nuestra vida no es solo lo que nos pasa cada día sino lo que leemos, las películas que vemos, las obras de arte que contemplamos, la música que escuchamos. En definitiva, todo lo que nos deja una huella intelectual o emocional.

R.- Somos todo aquello que nos sucede. Todo nos conforma y todo contribuye a nuestro estar en el mundo. Cada aspecto de la realidad -desde el vuelo de una gaviota hasta la muerte de un ser querido- incide en mayor o menor grado en nuestro psiquismo. Escribir un diario es una manera de buscar sentido a aquellos elementos de la realidad interior y exterior que nos interesan o nos afectan por una razón u otra. Estamos constituidos por infinitas “huellas” y “signos”. El diario es una especie de lectura y de interpretación de esos signos. Para Tolstoi, por ejemplo, el diario era antes que nada un modo de llegar al perfeccionamiento moral. En mi práctica, es más bien un intento de descifrar los signos de nuestra interioridad y del mundo que nos rodea. Huyo, sin embargo, de cualquier forma de egotismo. Lo que intento es inscribir una conciencia del tiempo en el seno del tiempo.

P.- En su diario se propone no ser demasiado explicativo porque escribe para sí mismo. Aun así, ¿no es inevitable pensar en los otros, en el posible lector? ¿Conlleva eso algún grado de autocensura?

R.- Lo que más me importa es la clarificación interior respecto a lo vivido, lo sentido, lo percibido. Si lo consigo (y no siempre ocurre), tengo la sensación de que también podrá interesar al lector. Insisto en que el “yo”, siempre ilusorio, no es el centro o el eje de la reflexión, sino una conciencia que siente y piensa. En el diario, el pensamiento y el sentimiento, como ocurre en el poema, tienden a pensarse, a sentirse y a decirse de manera aunada, y ambos parecen rebasar lo biográfico o lo autobiográfico. No tengo la sensación de estar imponiéndome ninguna forma de autocensura, quizá porque no he entendido nunca mi práctica del diario como expresión de la intimidad o como confesionalidad. La “confesión” en sí misma es otro género, como sabemos a partir de San Agustín y como supo explicar muy bien María Zambrano.

P.- Muchos de sus comentarios se refieren a relecturas y ponen de manifiesto, como usted mismo dice, que nadie lee dos veces el mismo libro. ¿Siempre se cumple esto en su caso?

R.- Es una paradoja, sí. Releemos a partir del recuerdo de una lectura anterior, que ha sido apasionada, y deseando recuperar esa pasión, pero ni el libro ni nosotros somos ya los mismos. Aun así, la relectura es siempre una prueba, sobre todo de la “resistencia” o la perdurabilidad de un texto. Precisamente en una nota de 2005 menciono unas bellas palabras de Miguel Morey: “¿Vale la pena leer una sola vez un libro que no merece ser leído dos veces?”

P.- ¿Y qué encuentra al releer sus diarios?

R.- Que mis anotaciones han cumplido con frecuencia su función primaria y tal vez más esencial, que es la de hacerme recordar. En este sentido preciso, el diario es para mí ante todo un memorial.

P.- Otro asunto recurrente en sus Diarios es el paseo, el caminar. De hecho, creo que está preparando un libro al respecto. ¿Qué le aporta pasear además de “orear el pensamiento”? ¿Qué beneficios encuentra entre esta unión de la actividad física y la reflexión intelectual o espiritual?

R.- Me parece que todos nosotros -quiero decir, los hombres y las mujeres de nuestro tiempo- necesitamos recobrar nuestra capacidad de contemplación. Es preciso recuperar nuestro tiempo originario, ampliando así nuestra experiencia del tiempo, que es hoy por hoy, por desgracia, una experiencia casi exclusivamente utilitaria. Por otra parte, existe siempre el riesgo de percibir nuestro entorno, y también nuestra interioridad, de un modo desequilibrado, con un peso excesivo del plano intelectual. De ahí la importancia, a mi juicio, de no perder nunca la experiencia de la carnalidad del mundo, del espacio físico, de la naturaleza, incluso sin esa sacralidad que le atribuyó el Romanticismo. Y hacerlo con los atributos de la contemplación: la lentitud, el carácter antiutilitario, la percepción dilatada o detenida... Vengo tomando notas desde hace algún tiempo sobre lo que podríamos llamar la “poética” del paseo, del caminar, como un modo de recobrar nuestra capacidad de contemplar y de dilatar nuestra experiencia del tiempo.

P.- Escribe: “El dudar es, antes que nada, una señal de respeto a uno mismo”. ¿Por qué? ¿Reivindica la duda en un tiempo como el nuestro en el que se toma como síntoma de debilidad?

R.- El tiempo en el que vivimos, plagado de naufragios, nos obliga en cierto modo a experimentar una nueva versión de la vieja “duda metódica”, un nuevo cuestionamiento de datos que creíamos casi intocables. La duda se convierte así en una forma de salud intelectual, una especie de ejercicio crítico que nos permite examinar cualquier objeto bajo distintas luces, porque no sólo una de ellas es la correcta o la verdadera. La duda no sería, en este sentido, un síntoma de debilidad, sino todo lo contrario: una manera de relativizar nuestros análisis y de abrir nuestras posibilidades de interpretación. Mostrar mis dudas, por ejemplo, ante determinados valores de cierto arte contemporáneo, ante ciertos nombres que se consideran ya casi “históricos”, es una manera de ejercitar el sentido crítico, de no dejarse arrastrar por mecanismos puramente publicitarios. La duda es un filtro, un ejercicio de relativización.

P.- Debo preguntarle por esta afirmación que escribió en 2001: “La mayor parte de la poesía española actual me parece una involuntaria parodia de poetas menores”. ¿La sigue viendo del mismo modo hoy? ¿Por qué?

R.- Sí, en un sentido general. Ha habido en la poesía española de los últimos decenios -hasta donde la conozco, porque mi grado de atención, consecuentemente, ha descendido mucho- un gregarismo empobrecedor. Los “modelos” se han buscado en el contexto inmediato, con todo lo que eso significa desde el punto de vista del alejamiento de la lírica europea y de la universalidad de valores.

P.- Entre otras críticas a la situación cultural, señalaba la adulación al receptor como causa de la facilidad que se exige hoy a todo producto cultural, la rebaja de su altura intelectual para que sea consumido por el mayor público posible. ¿Estamos en el apogeo de esta práctica? ¿Cree que es reversible?

R.- Temo que la industria cultural (por otra parte, inevitable) tiene sus propias leyes. Lo importante, me parece, es que un sector significativo de la novela, de la poesía, del ensayo, del cine, no se inscriba necesariamente en esa órbita. Que trabaje, en definitiva, al margen de las imposiciones industriales. Sólo así, a mi juicio, podrá asegurarse la transmisión de los grandes momentos de la historia cultural, sus mayores logros, e incluyo en ellos los grandes valores de la cultura tradicional. No soy pesimista en ese sentido, pero hay que reconocer que la lucha es muy dura y que un arte minoritario -como lo ha sido casi siempre en la historia- se hace hoy muy difícilmente viable.

http://www.elcultural.com/noticias/letras/Andres-Sanchez-Robayna-En-la-poesia-espanola-de-los-ultimos-decenios-ha-habido-un-gregarismo-empobrecedor/9487

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Acerca del autor:
Fernando Díaz de Quijano
El Cultural

Acerca del libro:
Mundo, año, hombre
Andrés Sánchez Robayna