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Sobre las íes. Antología personal 

Fecha:
01/07/2016
A mediados de la década de 1960, Octavio Paz, embajador de México en la India, leyó con sorpresa y admiración los poemas que un desconocido corrector de pruebas editoriales del Fondo de Cultura Económica le enviaba por correo desde la capital mexicana.De inmediato, se propuso dar a conocer al nuevo poeta y promovió que fuera publicado en la serie Las Dos Orillas de la editorial Joaquín Mortiz, que dirigía Joaquín Díez-Canedo. Cuando el volumen estuvo en prensa, con el título de Adrede, Paz escribió un artículo elogioso, particularmente rico en sugerencias e interpretaciones. Desde aquel libro inaugural, Gerardo Deniz fue considerado, al principio por un puñado de lectores escogidos, como uno de los autores más notables de la poesía mexicana de la segunda mitad del siglo XX.

A pesar de sus nexos con España (nació, el 14 de agosto de 1934, en el madrileño barrio de Chamberí, hijo de madrileña y valenciano), su persona y su obra son prácticamente desconocidas en ese país. Eso ha sido así a pesar de que el interés de su figura es considerable antes incluso de abrir cualquiera de sus libros: Juan Almela Castell, como se llamaba en realidad, era hijo de Juan Almela Meliá, hijastro y biógrafo de Pablo Iglesias y una de las personas más cercanas al viejo fundador del socialismo español. Como es natural, el destino del futuro poeta estuvo marcado por la suerte de su padre, quien en tiempos republicanos trabajó primero al lado de Largo Caballero en el Ministerio del Trabajo y luego formó parte de la comisión que representó al Gobierno español frente al Bureau International du Travail en Ginebra. En la ciudad suiza vivía la familia, compuesta por padre, madre e hijo pequeño, cuando la República perdió la guerra en 1939, lo que hizo imposible ya entonces el regreso a España. Después de tres años de carencias y dificultades en la ciudad del lago Léman, el hijastro de Pablo Iglesias y su familia consiguieron atravesar la Europa en guerra y llegar a África, de donde se embarcaron a México, país al que arribaron en mayo de 1942.

El día mismo de su llegada a la capital mexicana, Juan Almela Meliá cumplió sesenta años; su hijo, que acabaría dedicándose a la poesía, tenía siete. Casi seguramente la edad del padre y el fracaso de las aspiraciones y los ideales que dejaba a sus espaldas hicieron que su relación con el resto del exilio español en México no le provocara ningún interés. De hecho, nada más llegar inscribió a su hijo en una escuela que no solo no tenía nada que evocara al país de origen, sino que llevaba el nombre de Escuela de los Insurgentes, que es como la historia recuerda al grupo que luchó por la Independencia de España en las primeras décadas del siglo antepasado.

En México, Almela Meliá sobrevivió principalmente como restaurador de documentos y libros antiguos, oficio en el que se inició de manera algo casual en los años ginebrinos y del que fue un verdadero pionero en el país que acababa de acogerlo. Paralelamente a eso, corrigió galeras de imprenta para distintas editoriales gracias a los conocimientos que tenía de los menesteres tipográficos que había aprendido de Pablo Iglesias ya desde su primerísima juventud, y a sus labores de periodismo e imprenta como divulgador de la ideología socialista. Su hijo, una vez llegado a la edad de empezar a trabajar, y aun antes, ya que los recursos económicos familiares eran muy limitados, se hizo él mismo corrector de pruebas editoriales, y va a ser precisamente desempeñando ese oficio que lo encontraremos en 1966, rebasados ya los treinta años de edad, cuando se decida a escribirle a Octavio Paz. (En aquella época se dedicaba también ya a la otra actividad de la que se mantuvo durante buena parte de su vida: la de traductor de diversas lenguas, entre ellas el inglés, el francés, el alemán, el italiano y el ruso, de la mayoría de las cuales fue autodidacta. Sus traducciones incluyen autores como Roman Jakobson, Georges Dumézil y Claude Lévi-Strauss.)

Para 1970, los intereses más personales de Juan Almela Castell, que eran de orden científico, habían sido defraudados: sus experiencias en la universidad y en los centros de investigación fueron todo menos estimulantes, lo que acabó conduciéndolo, del principal de aquellos intereses, la química orgánica, a la poesía, actividad que descubrió cuando se iniciaba en la edad adulta leyendo precisamente unos poemas de Paz en una gaceta de noticias culturales. El aumento en la frecuencia de la publicación de sus libros, invariablemente firmados con el seudónimo de Gerardo Deniz, es elocuente del fortalecimiento de su pasión por la literatura, que de un pasatiempo más o menos intenso fue convirtiéndose en su actividad principal —y la única durante los últimos diez años de su vida, aunque ya estuviera enfermo, lo que pudo hacer gracias a un apoyo del mexicano Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Desde Adrede (1970) hasta el último de los títulos del género que preparó él mismo, Cuatronarices (Bothrops asper) (2005), aparecieron quince libros que el Fondo de Cultura Económica publicó en un solo volumen en 2005 con el nombre de Erdera.

La densidad característica de sus poemas, debida a su apretada intertextualidad, su libertad sintáctica y sus asperezas y disonancias, su recurrencia a neologismos y palabras en otras lenguas, su ironía y su sentido del humor y la naturaleza de sus gustos y aficiones, que van de las lenguas y las culturas extrañas a la botánica y la zoología, de la geografía a la historia y la música, hacen de ellos obras complejas que exigen un lector, si no necesariamente culto, avisado y flexible, al cual, en cambio, se le reservan seguras satisfacciones intelectuales y estéticas. En los siguientes párrafos he resumido una pequeñísima muestra de lo que la crítica ha escrito sobre su poesía, con el propósito de facilitar la primera experiencia de los nuevos lectores.

La complejidad y la supuesta dificultad de su obra fueron atajadas desde el principio por Ulalume González de Léon, al poco de aparecer el segundo libro de Deniz, Gatuperio (1978). Advirtiendo que “en poesía funciona tan poco lo que se entiende por ‘entender’, que quedarse en entender puede equivaler a quedarse fuera de la fiesta”, explicó que “hay lenguajes claros que engañosamente creemos haber ‘entendido’ porque nos quedamos en el nivel de sus referencias más directas sin advertir otros patrones que trabajan en el interior del poema”. La crítica uruguayo-mexicana comparó a Deniz con Lezama Lima: “Hay en ambos una acumulación de dificultades, también diversas, que al principio nos confunden pero que avanzada la lectura aceptamos de pronto (y dejan [de ser] dificultades o no importa que lo sean) sin saber en qué momento pasamos de estar afuera a estar adentro”.

Sin embargo, añadió, entre ambos poetas hay una diferencia capital: mientras el cubano “aspira a una construcción”, “a que sus metáforas, instantáneas y volátiles, converjan en la permanencia de lo que llama ‘imagen’”, Deniz “no construye” sino que “se inscribe en el continuo desmoronarse y rehacerse que es para él el mundo, con una poesía que no puede concebir diferente de esa realidad”. No solo no “aspira a la permanencia de la ‘imagen’” sino que ni siquiera “cree que la poesía tenga finalidad”. Al contrario que Lezama, el autor de Adrede “se complace, inclusive con sarcasmo, en un sabotaje de lo bello y lo sublime”.

El poeta David Huerta vio ya alrededor de 1980 que “nada había en la tradición poética mexicana que se pareciera, siquiera remotamente, a la escritura de Deniz”. Más que de dificultad habló de “exigencia”: la que supone su lectura “es parte de su magia y de su encanto pues la suprema ironía” de su autor “tiene algo de iniciático, de perverso y fascinante”. Huerta explicó que, con Deniz, “la poesía mexicana se confronta con un escritor-límite, absolutamente original en cualquier medio o ambiente literario, precisamente porque es antiliterario con una intensidad única e intransigente”. Según las palabras de David Huerta, nuestro poeta “reivindica de nuevo el derecho a la oscuridad, al ciframiento exacerbado y al humorismo, a la ironía y al desencanto”.

Al comenzar la década de 1990, el crítico Eduardo Milán se convirtió en el primer entusiasta de Deniz. De él dijo que “parece que viene de otro lado, no del lado literario de la literatura”, sino “de la calle, de la vida”, y la “vida” a la que se refiere es “lo real como materia prima fragmentaria, dispersante”. Luego escribió que “en Latinoamérica no hay una poesía que se asemeje a la de Deniz, que comporte un oscurecimiento referencial de tal grado y que, por otro lado, sugiera tan abiertamente que ese oscurecimiento es la claridad posible que el referente ofrece”. Como sea, añadió, “habla desde el lenguaje. En todo caso, desde un lugar donde nada es comunicable y nada se puede traducir: desde el mundo, sin antes ni después”. El crítico uruguayo remató uno de sus artículos diciendo que “con Deniz la poesía mexicana deja de ser solemne y empieza a caminar por callejones claros y vivos”.

Para cerrar esta brevísima ronda de apreciaciones críticas, citaré al poeta Eduardo Lizalde, quien se refirió así a su colega: “Toda la sabiduría que posee —en distintas, entrañables y extensas disciplinas y lenguas—, todo el arte, toda la experiencia preceptiva, y toda la matemática prosodia, puestos al servicio de la literatura más admirablemente resistente; la poética más magistral y voluntariamente mal manufacturada. La aptitud más refinada y suficiente, que sustenta la malhechura fascinante de una obra única”. Por último, describió así su procedimiento literario: “Cada vez que percibe que ha caído en tentación y se halla en riesgo de escribir una línea convencionalmente ‘poética’, mecha el verso con dos o tres carnosidades y consigue el efecto apetecido”.

A finales de la década de los ochenta, primero, y luego sobre todo en los años inaugurales del siglo XXI, la poesía de Deniz atrajo a dos distintas generaciones de jóvenes poetas que encontraron estimulante e inspiradora no solo su original escritura sino también su postura frente al entorno. Ilustrativa de esa postura, la relación prácticamente nula, en principio heredada de su padre, que mantuvo con el ámbito del exilio al que pertenecía, no le impidió escribir un texto tan crítico como para titularlo “Funesta influencia de los refugiados españoles sobre las editoriales de México”.8Ajeno a colectividades de cualquier especie, empezando por el mundillo literario, reacio a cualquier tipo de aparición pública, insensible a modas y usos en boga, la poderosa libertad de su lenguaje y de su imaginación está relacionada con la independencia y la autonomía de su pensamiento.

En 2002, un amigo lo animó a preparar una selección de sus poemas para proponérsela a una conocida editorial española especializada en el género. De ahí surgió Sobre las íes. Antología personal. Como había hecho en una temprana primera antología personal llamada Mansalva (1987), Deniz procedió barajando los poemas de sus diversos libros con el propósito de acomodarlos en un orden distinto a como vieron originalmente la luz; esta vez los reordenó en cuatro secciones, tres con el nombre de algunos de sus poemas largos más importantes, “Amor y Oxidente”, “Picos pardos” y “Mundonuevos”, y una última con el título de “Además” —lo que indicaba que entre ellos había algunos inéditos.

El manuscrito, que fue entregado en Madrid, no consiguió interesar al director de esa editorial y quedó sin publicarse. Seis años después, en 2008, cuando le fue otorgado a Deniz el Premio de Poesía Aguascalientes, uno de los más importantes de los que se conceden en México, las instituciones responsables del premio le solicitaron algún texto para publicar como parte del reconocimiento; el poeta entonces entregó esta antología, que circuló de manera restringida.Al aparecer ahora, en una coedición de la Fundación Pablo Iglesias y la filial del Fondo de Cultura Económica de España, Sobre las íes cumple por fin su objetivo original: dar a conocer su obra en su país de nacimiento.

Pero este libro no es exactamente el mismo que apareció en 2008; por parecernos de especial interés para esta edición, decidimos añadir un poema más, que hemos colocado en sus páginas finales. Escrito en los últimos años de la vida del poeta, ese poema, que tiene el título de “Patria”, fue inspirado por el único viaje que hizo Deniz fuera de las fronteras de México, precisamente a su país natal, en los más de setenta años que vivió lejos de España. En 1992, Juan Almela Castell estuvo unas semanas en Madrid y algunas ciudades del norte peninsular, invitado por su amigo Eduardo Mateo Gambarte con el propósito de leer una conferencia sobre exilio y literatura en diversas universidades españolas.En los versos de ese poema, las evocaciones de aquel viaje se entremezclan con algunas experiencias biográficas de distintas etapas de su vida que constituyen una suerte de patria que va más allá de los avatares de la geografía y la cultura.

Gerardo Deniz murió el sábado 20 de diciembre de 2014, en el Sanatorio Español de la Ciudad de México, a los ochenta años de edad, sin que la noticia tuviera mayores repercusiones fuera de las fronteras de su país adoptivo.Este volumen, una muestra seleccionada por él mismo de una parte de lo mejor de su poesía, representa una oportunidad para que su obra sea por fin divulgada y apreciada por los lectores españoles (e hispanoamericanos): una aportación literaria y humana que enriquece de manera singular nuestra visión del exilio español del siglo XX.

http://estepais.com/articulo.php?id=609&t=sobre-las-ies-antologia-personal
 

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Acerca del autor:
Fernando Fernández
Revista Este País

Acerca del libro:
Sobre las íes
Gerardo Deniz