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Charlas de café

Fecha:
27/01/2017
En mi última visita por la sucursal del FCE en la colonia Condesa, en la hermosa casona transformada en un activo centro cultural, con el nombre de la eminente escritora y diplomática Rosario Castellanos, me asomé a la mesa de novedades de la prestigiosa editorial mexicana y me encontré con una joya para mi colección de textos de médicos humanistas: una nueva edición de un libro del gran Santiago Ramón y Cajal de título: Charlas de café. Pensamientos, anécdotas y confidencias. Un tomo puesto al día por un académico de nombre Francisco Fuster, a partir de la edición de 1932. Recordé, además, que ya tuve la oportunidad de compartir con los lectores de Crónica unos comentarios sobre este médico español y, en estos tiempos que nos agobian con el incierto comienzo anual por el alza a los combustibles, amenazas de muros y las preocupaciones propias de la vida, preferí compartir con los lectores algunas reflexiones de don Santiago y de esta manera hacer más llevadero el final de mes:

“Máxima antigua, defendida elocuentemente por Cicerón, es que la verdadera amistad sólo es posible entre varones virtuosos. Tal es, en efecto, la forma más noble y elevada de la amistad. Mas, ¿qué nombre daremos a esa íntima e irresistible simpatía que aproxima y solidariza, para tantos fines inconfesables, a vividores, farsantes y caciques? Con tal constancia rige la ley de las afinidades morales electivas, que cuando en determinada corporación figura un pícaro, nada es más fácil que adivinar sus amigos y amparadores.

“Nos quejamos de los amigos, porque exigimos de ellos más de lo que pueden dar.

“No incurras en la inocencia de regalar al vanidoso endiosado un libro afectuosamente dedicado; porque si la obra es buena, aumentarás sus antipatías, y si es mala o mediocre, te pondrá en ausencia tuya como no digan dueñas. Y acuérdate de que nada hay más virulento que el microbio de la envidia literaria o el de la simple competición profesional.

“¡Dichosos los hombres que ofrendan su vida a una idea grande, porque ellos perdurarán en ella y por ella!...

“Conforme avanzamos en la senectud, disminuyen los amigos y aumentan los desdeñosos y censores, que son cuantos codician nuestros puestos oficiales y nuestra modesta reputación. Contratiempos soportables si a ellos se redujeran todos los abandonos. Lo terrible es que hasta nuestro cuerpo, el inseparable compañero de glorias y fatigas, nos repudia. Desertan las células nobles y nos rondan los microbios. El alma, de cada vez más aislada, experimenta algo semejante a la angustia de explorador del desierto, que cruza solitario la trágica llanura interminable, agotadas sus provisiones, caídos sus camaradas y perseguido de cerca por cuervos que husmean el cadáver…

“La vanidad nos persigue hasta en el lecho de muerte. La soportamos con entereza porque deseamos superar su terrible grandeza y cultivar la admiración de los espectadores.  ¡Qué de sabios, filósofos y hasta personas vulgares pretenden morir como héroes, cuando en realidad sucumben histriones! Ninguna frase de moribundo —y las hay memorables y lapidarias— me ha producido más honda emoción que las sencillas e ingenuas palabras de cierto contertulio del café. Visitado por los amigos cuando se avecinaba la agonía, nos dijo para animarnos: —Señores, no hay que ponerse tristes.  ¡Esto no es nada!.. Antes de tres días me tienen ustedes charlando en el café—. ¡Y murió aquella noche!.. En este caso (el doctor Silva) no hubo ni asomos de fúnebre histrionismo; antes bien, claras señales de confianza y entereza. ¡Oh, divino tesoro del optimismo!.. Sólo tú sabes consolar la amistad y dorar una agonía.

“A la manera de las plantas son los hombres: vegetan en paz mientras viven apartados; mas, en cuanto constituyen bosque y, por tanto, se apiñan demasiado, luchan encarnizadamente por la luz, el aire, el agua y la tierra. No sin razón se ha podido afirmar que la moralidad de una ciudad está en razón inversa del número de sus habitantes”.

Y para terminar:

“Difícil, el arte de tratar a los hombres. El homo sapiens —vamos a decir— es un mamífero salvaje, cruel y egoísta; tiene, empero, algunos buenos momentos en que se olvida de sí mismo. Aprovechémoslo para domarle, instruirle y persuadirle”.

http://www.cronica.com.mx/notas/2017/1006993.html

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Acerca del autor:
Fernando Mayans Canabal
La Crónica de Hoy (México)

Acerca del libro:
Charlas de café
Santiago Ramón y Cajal, edición, introducción y notas de Francisco Fuster