Fecha:
28/06/2017
En 2003 se publicó el Animalario Universal del profesor Revillod, un disparatado cuaderno de campo apócrifo de un supuesto científico que contenía 21 láminas de otros tantos animales reales, cada una de las cuales presentaba sendos cortes de manera que, combinando una o dos de sus tres partes con las de los otros seres representados daba lugar a nada menos que 4.096 nuevas especies fabulosas (por ejemplo: el rinochigre, un cruce de rinoceronte, cochino y tigre). El libro continúa ahora con El animalario vertical, en el que cambia el formato de presentación del primero, se mantienen sus señas de identidad y se amplían las posibilidades formales y lúdicas de la original idea casi hasta el infinito.
Si la entrega inicial tenía un aire decimonónico, con la figura del profesor Revillod como uno de esos naturalistas exploradores que recorrieron el mundo a la búsqueda de ignotas especies, esta segunda se enmarca en las primeras décadas del siglo XX. La época aparece reflejada en el cuerpo de este inclasificable libro, en su introducción y en su parte final: tanto en el lenguaje de los textos como en el grafismo (que refleja el estilo de la prensa, los productos de consumo y la publicidad, los nuevos inventos y los espectáculos de entonces). Humor inteligente e ingenioso (a veces explícito, más a menudo en forma de guiños sutiles), originalidad, espíritu lúdico a raudales y creatividad son algunos de los ingredientes de este cuidado y elaboradísimo animalario. Las ilustraciones, en clásico blanco y negro, presentan un naturalismo irónico, con la habitual maestría de Sáez Castán para el dibujo y la creación de atmósferas surrealistas.
Los primeros lectores pueden disfrutar del juego interminable que propone el libro y los de más edad se recrearán en los mil y un detalles sorprendentes emboscados en las imágenes y el texto; juntos, niños y adultos, podrán embarcarse en una exploración que les deparará horas de diversión y asombro compartidos.