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El lector literario

Fecha:
03/07/2017
El lector literario es, ante todo y más allá de sus méritos como monografía, un elogio de la lectura, de sus virtudes y potencialidades, pero también de sus responsabilidades, principalmente las de los formadores de lectores, un colectivo con el que es preciso seguir trabajando, como demuestra esta publicación, pues es en ellos donde reside la posibilidad de crear nuevos lectores competentes, y a ellos se dirige en primer lugar este libro, aunque no solo.

El volumen se abre con una reflexión sobre la literatura desde una perspectiva global, contemplando su vertiente expresiva y comunicativa, y sobre todo su función social y formadora del individuo. Al autor no le interesan tanto las disquisiciones sobre su esencia como su capacidad de formar al lector en tanto que persona, por lo que la discusión sobre el siempre espinoso tema de la utilidad de la literatura queda aquí bien delimitada y sensatamente resuelta al incidir sobre este carácter de crear individuos integrales, además de considerar, en la estela de la modernidad, una finalidad estética para el discurso literario. El fundamento antropológico de todo ello estriba en el hecho de que la literatura es un discurso que ha estado presente en todas las culturas, aunque en ocasiones de manera solo oral, y que, en el plano hermenéutico, tiene la capacidad de establecer una comunicación por encima de los tiempos. Es especialmente interesante el apartado dedicado a la función socializadora de la literatura, pues es un aspecto que no se suele tratar en los estudios literarios frente al espacio dedicado a su función social.

El segundo capítulo se dedica a la «competencia literaria» que el autor entrecomilla para reconocer lo complejo de su conceptualización. Esta se presenta como «el objetivo principal de la enseñanza de la literatura y el objetivo final en la formación del lector literario» (27). El punto de partida es que el discurso literario exige una competencia específica, por su capacidad connotativa y autonomía semántica, lo que hace de él uno de los «lenguajes especiales» que requieren una competencia específica para ser asimilados en su plenitud. Cerrillo vincula competencia literaria con «construcción de la personalidad» en tanto que la construcción del sentido del discurso corre paralela a la donación de sentido a nuestras vivencias y a las interpretaciones personales del mundo. Los marcos de referencia construidos en la literatura sirven, por tanto, como marcos de referencia para construirnos a nosotros mismos, propuesta que conecta plenamente con las tesis más avanzadas de la psicología y la poética cognitivas, como se indica explícitamente: «la competencia literaria implica toda la actividad cognitiva de la lectura» (31), lo que la pone un escalón por encima de la simple competencia lectora, diferenciadas ambas de la competencia lingüística, por su carácter adquirido. La competencia literaria, en definitiva, incluye factores lingüísticos, psicológicos y sociales, todo lo que tiene que ver con la formación integral del individuo, y sobre esa base tienen que pensarse cuáles deben ser las condiciones del aula para que los primeros lectores empiecen a adquirirla.

Siguiendo con esta línea argumentativa, el tercer capítulo está dedicado a las primeras lecturas, cuya elección es fundamental para formar el hábito lector, y campo en el que el autor es un reconocido experto. Parte Pedro Cerrillo de la importancia de la cultura literaria que asimila el niño antes de su contacto con la escritura por vía oral (nanas, canciones, juegos) y a través de los álbumes ilustrados, el único género exclusivo de la literatura infantil. El resto de los géneros, como nos recuerda el autor, son compartidos con la producción literaria general, pero aquí se tienen en cuenta sus características más propiamente infantiles, siguiendo en todo momento las etapas señaladas por Piaget en la evolución psicológica de los niños para guiar sus primeros pasos como lectores.

Siguiendo el orden cronológico de maduración, se atiende a continuación a la etapa de formación del lector literario, donde la literatura infantil y juvenil tiene un papel fundamental, y de ella se hace una sintética historia. Este sector de la literatura se estudia desde la teoría de los polisistemas, formando la literatura infantil y juvenil un sistema dentro del sistema literario. Es importante la constatación (una vez más) de que la literatura infantil y juvenil tiene las mismas características que la literatura adulta, y solo cambia el carácter del receptor; del mismo modo se reconoce que está sometida a las mismas influencias sociales e históricas que el resto de la literatura, en un intento de eliminar todos los prejuicios que hay con respecto a este tipo de obras. Se aborda aquí también el espinoso problema de la literatura juvenil y su relación con la adolescencia, con sus diversas corrientes, profundizando como referencia y modelo en dos libros: Días de Reyes Magos, de Emilio Pascual y El libro salvaje, de Juan Villoro.

El capítulo 5 se enfrenta al igualmente polémico tema de la enseñanza y la lectura de los clásicos en la escuela, uno de los principales problemas con que se enfrenta la didáctica de la literatura actualmente. Cerrillo realiza, a este respecto, una pertinente distinción entre el canon y las obras clásicas, ya que una producción puede ser canónica en algún momento sin que pase después a la categoría de clásico. De las tres estrategias que considera para la introducción de los clásicos en las aulas: adaptaciones, lecturas fragmentadas, antologías, el autor se inclina por la lectura de fragmentos con apoyo suficiente hasta que el lector sea capaz de acceder a la obra completa original.

El capítulo 6 está dedicado al canon escolar de lecturas, que constituiría un subcanon dentro del canon general de la literatura, y que no excluye a los clásicos, como se ha mostrado en el capítulo anterior. La selección de lecturas infantiles se hace nuevamente en el marco de la teoría de los polisistemas. En este aspecto el autor se muestra tajante: «Soy un decidido defensor de un canon escolar de lecturas común — en una parte del mismo— a todos los estudiantes que hablan una misma lengua y comparten el mismo contexto, diferenciado por estadios educativos» (119). Los dos criterios que deben constituir este canon son: la calidad literaria de los textos y la adecuación de las obras a los intereses y capacidades de los lectores.

Otro aspecto importante que se suele soslayar en la didáctica de la literatura es la necesidad de la escritura creativa y las prácticas escritoras en la escuela, y de ello trata el capítulo 7, con ejemplos de escritura real por parte de niños. Se retoma en el capítulo 8 la cuestión de la literatura popular a la que ya se había aludido como componente fundamental de la formación literaria en las edades más tempranas. Tras una sintética historia de la producción literaria popular, se ve la necesidad de recuperar esta cultura que actualmente los niños solo reciben en la escuela y no en su espacio natural que es la calle y los juegos o la familia.

El capítulo 9 se adentra en los cambios que está sufriendo actualmente la lectura con la presencia de las nuevas tecnologías, poniendo de manifiesto su vertiente más negativa, pero sin olvidar tampoco los aspectos positivos que tienen las nuevas tecnologías como el aprovechamiento de las redes sociales por parte de los jóvenes lectores para compartir sus lecturas: el emergente fenómeno de los booktubers. Se hace una distinción entre el lector tradicional y el lector nuevo, que es esencialmente un lector digital, y se repasan algunas experiencias para llevar la literatura a lectores digitales, con desigual éxito. El autor se muestra moderadamente optimista con respecto al futuro del libro y la lectura, amenazado, en cualquier caso, por el surgimiento de un neoanalfabetismo que afecta a los jóvenes que saben leer pero no entienden o asimilan lo que leen.

El capítulo final constituye una entusiasta defensa de la competencia lectora como necesidad social y derecho universal y sobre todo es una defensa del placer de leer, ejemplificado con una cuidada selección de textos. Se cierra el libro, además de con la preceptiva bibliografía actualizada, con el útil anexo de «una propuesta de canon escolar de lecturas» distribuida por ciclos de enseñanza.

En El lector literario encontramos, quintaesenciados y expuestos de manera sistemática, clara y amena, los principales aspectos de lo que ha constituido la labor investigadora de Pedro Cerrillo y también su amplia experiencia en formación de lectores; cuestiones todas que coinciden con los retos actuales a los que se enfrenta la lectura literaria, y cuya única manera de superar es apostar por una educación literaria que, como se desprende de estas páginas, aproveche lo mejor de las innovaciones técnicas y pedagógicas para garantizar lo que ancestralmente ha sido la labor de la literatura: formar integralmente a las personas a través del placer de la lectura.

Acerca del autor:
Ángel Luis Luján Atienza
Revista de Literatura

Acerca del libro:
El lector literario
Pedro C. Cerrillo