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El oficio de Eduardo Mendoza es descreer

Fecha:
23/09/2017

A sus 74 años de edad, el escritor español Eduardo Mendoza se autodefine como un descreído. “Las religiones deberían desaparecer, sin más. Simplemente porque están basadas en falsedades”, afirma tajante.

El Premio Cervantes 2016, considerado el Nobel de las letras hispanas, piensa que las religiones no cumplen un papel vital en la sociedad moderna. “Si hago sacrificios humanos no mejorará la cosecha de maíz y si me confieso no elimino mis culpas ni mis responsabilidades”.

El novelista, dramaturgo y ensayista admite, en entrevista con Excélsior, que a pesar de la formación religiosa que recibió en su infancia, “o quizá por ella”, desconoce qué dice la fe sobre la naturaleza humana. “Si tuviera fe no me resultarían tan atractivas las mitologías. La fe es por definición irracional y lo irracional tiende a derivar en violencia cuando se ve contra las cuerdas”.

Lo que sí reconoce es que las lecturas infantiles, incluidas las clases de Historia Sagrada que tomó, motivaron su fascinación por la palabra escrita y, a través de ellas, penetró en el mundo de la ficción.

“No exagero al afirmar que la Historia Sagrada que estudié en el colegio fue la primera fuente de verdadera literatura a la que me vi expuesto”, añade el narrador.

“La califico así porque, como toda literatura genuina, a diferencia de las lecturas dirigidas y controladas a las que entonces tenía acceso, suscitaba más preguntas que respuestas y, en lugar de ofrecer ejemplos o enseñanzas, producía estupor”, detalla.

Por esta razón, basado en sus recuerdos y en la certeza de que la sociedad se explica mejor si no se desvincula de sus mitos, el catalán decidió revisar lo que le dejaron esas clases sobre los diversos episodios de la Biblia.

El resultado de estas reflexiones es su libro más reciente, Las barbas del profeta, editado por la Universidad de Alcalá y el Fondo de Cultura Económica, que fue presentado en España en abril pasado y acaba de llegar a las librerías mexicanas.

“Los mitos tienen por objeto explicar lo desconocido y lo inconmensurable y la Biblia es el compendio de mitos fundacionales más grande que existe”, asegura quien ganó en 2010 el Premio Planeta de Novela con Riña de gatos. Madrid 1936.

A la pregunta de por qué no es creyente a pesar de la formación que tuvo, el narrador explica que quizá por eso. “La educación religiosa era autoritaria, represiva. Un día la caldera estalló. Respeto el derecho de los demás a creer, pero no respeto las creencias. Creo que las religiones engendran prejuicios de todo tipo. Muy complicada es ya la vida”.

¿Cree que hemos perdido la fe y la esperanza? El autor de La verdad sobre el caso Savolta, novela con la que arrancó su carrera literaria en 1975, responde que “ojalá las hubiéramos sustituido por la razón y el sentido de la justicia. Quizá entonces no nos haría falta la esperanza”.

UN NIÑO NORMAL
Tras esta mirada retrospectiva a su infancia, Eduardo Mendoza recuerda que era un niño normal, si alguno lo es, en un país anormal, si alguno no lo es. “Jugaba como todos y leía lo que leen los niños: historias ilustradas, cómics. Mi padre era un santo varón y me leía en voz alta novelas juveniles: Tarzán, La isla del tesoro, Las minas del rey Salomón. Me fascinaban las historias de aventuras, exploraciones, civilizaciones escondidas. Igual que ahora”.

Sobre cuál fue el pasaje bíblico que más lo inquietó, el autor de La ciudad de los prodigios dice que todos le produjeron estupor, pero no preguntas. “Nos enseñaban la Historia Sagrada de niños, en un colegio religioso, donde todo aquello se daba por verdadero. No había nada que preguntar. Lo recibí como se reciben los mitos”.

Respecto al concepto de mujer que le dejó “el deseo y la desobediencia” de Eva, confiesa que, al principio, le pareció un elemento más del relato bíblico. “Como la protagonista de las películas: estaba ahí porque el canon narrativo lo exige. Luego me fui dando cuenta de la tremenda carga erótica del personaje, con su cabellera, su manzana y su ofrecimiento: mitad Blancanieves, mitad Lady Macbeth”.

Quien trabajó como traductor de la ONU de 1973 a 1982 destaca la importancia que le dio al “episodio extraordinario” de la Torre de Babel. “Ocupa un par de párrafos y ha dado origen a la lingüística generativa. Nací en una sociedad bilingüe, soy bilingüe y mi gran pasión son los idiomas. Que algo tan importante esté representado por una torre que quiere llegar al cielo me parece una imagen fantástica”.

A la pregunta de cuál es la historia sagrada que más influencia tiene hoy en día, el autor de Los soldados de plomo y La isla inaudita piensa que vivimos tan inmersos en los mitos heredados de distintas culturas que no nos damos cuenta.

“Como personajes de Jorge Luis Borges los recreamos a diario; no porque el tiempo sea circular, sino porque nuestra conducta viene mediatizada por el mito y tendemos a representarlo una y otra vez, como una ceremonia religiosa”, indica.

El recién galardonado con el VIII Premio José Luis Sampedro de Getafe Negro, que le será entregado en octubre próximo, comenta que en esta vuelta anímica a su pasado no descubrió nuevos temas que le interese explorar desde la ficción.

“Como todos los escritores retomo siempre los mismos temas, desde distintos ángulos, y a veces ni siquiera eso. No sé si he creado un mundo particular o si ese mundo me ha creado a mí, pero ahí soy como Robinson en su isla. La diferencia es que yo no quiero ser rescatado”, añade.

Finalmente, el autor que ha dado vida a personajes marginales que miran la sociedad con extrañeza, mientras luchan por sobrevivir fuera de ella, dice que prefiere no hablar de la obra en la que trabaja.

“No por superstición, aunque algo de eso puede haber, sino para no cerrar ninguna posibilidad, ni siquiera por haber apuntado en una dirección”, dice quien le gusta ambientar sus historias en su Barcelona natal.

Fuentes:
http://www.excelsior.com.mx/expresiones/2017/09/23/1190219

http://www.diariodechiapas.com/landing/el-oficio-de-eduardo-mendoza-es-descreer/


Acerca del autor:
Virginia Bautista
Excelsior

Acerca del libro:
Las barbas del profeta
Eduardo Mendoza