Fecha:
19/12/2009
¿Qué puede ofrecernos un estudio sobre Heidegger (1889-1976) escrito, no por un filósofo, sino por el más grande estudioso vivo de la lengua y la literatura, un autor nacido en el seno de una familia judía austríaca que huyó del poderío hitleriano? Donde uno esperaría hallar una implacable labor de desmontaje de un mito filosófico, se encuentra con un libro consagrado a desvelar el valor de los textos de Heidegger, comentados casi palabra por palabra. En este clásico reeditado ahora por FCE para conmemorar sus 70 años de labor editorial, George Steiner levanta acta de las indicaciones sobresalientes del genio: el lenguaje (y no el ser humano) es el que habla, lenguaje que hay que construir de nuevo rememorando el significado original del decir como un reunir y cosechar los vestigios dispersos del Ser.
Podemos dividir la ingente producción dedicada a comentar e interpretar a Heidegger en dos sectores: uno, capitaneado por Derrida y Rorty, reúne los discursos fascinados por la capacidad del solitario de Todtnauberg de rehacer conscientemente el lenguaje, instrumentando un vocabulario propio, donde la filosofía resplandece como sistema de creación de proyectos vitales, originales y distintivos. El otro grupo, a cuya cabeza cabe imaginarse a Adorno y Habermas, se considera en la obligación de remarcar el enlace entre una grandiosidad etérea en la actitud filosófica y la vileza de una actitud política que no dudó en alinearse con los gestores del mayor crimen contra la Humanidad que ha conocido la Historia.
Respecto a unos y a otros, Steiner ofrece un espléndido testimonio de ponderación. Por un lado, pone de relieve la asombrosa capacidad sugestiva de un pensamiento que revela la facultad exclusiva del lenguaje -discursivo o artístico- para invocar la presencia misma del Ser. Por otro, muestra sus internas limitaciones conceptuales: su dependencia insoslayable de temas teológicos y gnósticos de larga tradición. Y, por último, nos sitúa cara a cara con su propia inconsistencia moral, que es la de su autor. El "maestro secreto del pensamiento" ocultaba un alma mezquina de "campesino desconfiado" obstinadamente reacio a pronunciar una sola palabra de solidaridad con la muchedumbre inmensa devastada, escarnecida y aplastada por el III Reich.
La "banalidad del mal" -célebre expresión de la pensadora judío-alemana Hannah Arendt, discípula de Heidegger- tuvo su antecedente teórico en la obra del maestro, donde la figura del sujeto desaparece, por irrelevante, frente al destino de las entidades transcendentes en las que la insignificancia humana pretende hallar amparo (al margen justamente del territorio de lo humano).
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