Fecha:
01/04/2010
King Kong es un caso peculiar de adaptación, pues no es, como en otros casos, la recreación o resumen de una historia cinematográfica. Al menos, no es sólo eso. King Kong, de Anthony Browne, es un libro ilustrado cuyo texto se basa en la novelización del guión, realizada por Delos W. Lovelace antes del estreno de la película, y cuyas ilustraciones, en su mayoría, toman como modelo la versión cinematográfica de 1933 dirigida por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. En cuanto al texto, podemos leer en este libro escenas que no encontramos en la película, como el despertar de Ann en el barco, que así están en el texto de Lovelace. También hay secuencias, como la del rapto de Ann, o las pruebas de cámara en el barco que se dirige a la isla, que respetan el orden de la novela y no el de la película.
En cuanto a las ilustraciones, las hay de tres tipos, por un lado, las más anodinas para el lector que no haya visto la película: los fotogramas convertidos en dibujos que encontramos, por ejemplo, en las páginas 24 y 25. Por otro lado, tenemos aquellas ilustraciones que Anthony Browne ha creado a partir de la novela, bien porque no existen en la película, bien porque ha querido dar otro toque a la escena (en especial, la página 79). Y por último -quizá la más interesante para quien haya visto la película-, tenemos aquellas ilustraciones en las que Browne parte de un fotograma e incorpora elementos de su propia cosecha para hacer un guiño al lector o añadir información. La más divertida es la de la página 17, donde Browne incluye una mano saliendo del abrigo colgado en la pared, en la que además encontramos un anuncio circense que presenta a Gargantúa, el gorila más grande jamás visto. La afición de Browne por este tipo de juegos se refleja en numerosos detalles -casi siempre la cara de Kong- camuflados en una flor, en una insignia, en un bordado, en las vetas de la madera... incluso en una hamburguesa.
Especialmente trágico es el final de la historia, cuando Kong es abatido por los disparos de los aviones y cae al suelo desde lo alto del Empire State, dejando antes sana y salva a Ann en la azotea del edificio. Los efectos especiales, aunque resultan geniales para esa época, no permiten la carga de expresividad que Anthony Browne le ha dado a las escenas finales. La expresión apenada del monstruo, la tristeza al entender que su amor es imposible, son infinitamente mejores en la pluma de Browne.
Valga esto último como consideración general para todo el libro, en el que la ilustración brilla y fascina cuando se aleja de los fotogramas originales. Browne saca a relucir su arte cuando tiene libertad para imaginar, para añadir y crear. Aunque, tratándose de él, hasta la copia de un fotograma rezuma lento. Ah, y un par de avisos para quien no recuerde la película: el primero, que Marilyn Monroe no actúa en ella, por más que Browne caracterice en muchas de las ilustraciones con sus rasgos a Ann Darrow, la mujer protagonista, la Bella. Y el segundo, que al Kong de 1933 no hubo ningún valiente que se atreviera a ponerle una corona en la cabeza.
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