Fecha:
09/02/2013
Eva Illouz analiza cómo funciona la elección de pareja en la sociedad moderna y una biografía sobre Weber explora cómo influyó en su obra su explosión sexual.

De los rituales de cortejo en las novelas de Jane Austen a la guerra de los sexos en Desgracia de J.M. Coetzee, o a los regalos de San Valentín del próximo jueves, median un par de siglos y un abismo. En la época de la escritora inglesa, finales del siglo XVIII y principios del XIX, elegir pareja era una actividad obligatoria que nada tenía que ver con la búsqueda del interior de una persona sino con la reafirmación o mejora del estatus socioeconómico, de su lugar en el mundo. Por el contrario, en la actualidad, triunfar o fracasar en el amor nos define, desvela muestra carácter y mide la autoestima. De ahí que el campo amoroso esté sembrado de problemas, de dolores.

Esta es una de las grandes líneas argumentales de Por qué duele el amor, la última obra de Eva Illouz, socióloga israelí ya conocida por libros anteriores como Intimidades congeladas, donde se desarrolla su concepción de "capitalismo emocional", o La salvación del alama moderna, sobre "la cultura de la autoayuda".

Ahora vuelve a la cuestión del amor, ya tratada en otros trabajos suyos. Y argumenta que, en vez de procurar un mejor encaje en un matrimonio, en una familia, y conformarse con ello, el horizonte de elecciones ha ensanchado tanto que se aproxima al del mercado: notado el mundo tiene capacidad para elegir lo mismo pero, dentro de un límite, la elección queda siempre abierta y por tanto el vínculo es más frágil.

Illouz indaga en la vida amorosa de las personas que ligan a través de Internet y se presentan como un producto de su marketing y sus atributos de edad, apariencia, aficiones y estilos de vida. Del abanico de posibilidades surge la elección y la cita, el primer encuentro cara a cara con la mejor opción entre las posibles; o al menos lo suficientemente buena como para empezar un nuevo capítulo, quién sabe si corto o largo. Según Illouz, tal libertad para escoger promueve la distancia más que el acercamiento real, y por tanto inhibe el compromiso.

Ahora bien, ¿bajo qué criterios se establece esa elección? ¿Cómo se forma el gusto en el terreno? Illouz apunta a esas conversaciones francas entre amigos y amigas en las cuales la gente se confiesa, se desvela y analiza sus fracasos y victorias, el dolor. También cuentan los modelos proyectados por el cine, la literatura y los medios de comunicación y la percepción que cada uno pueda tener de sí mismo, porque el amor es ahora un instrumento de autoescrutinio.

¿Por qué nos gusta una persona? ¿A qué trazo de nuestra personalidad corresponde esa atracción? Las preguntas se multiplican, promovidas por todos los nuevos profesionales del amor surgidos en la modernidad, los terapeutas de pareja, los psicólogos y sexólogos. Como decía Michel Foucault en la Historia de la sexualidad, lo que caracteriza a la época moderna no es la represión sino la exigencia interna o externa a hablar de nuestras interioridades, a establecer la "verdad", como quiere el psicoanálisis.

Si bien Max Weber, el histórico sociólogo de principios de siglo XX, se encontraba más próximo al mundo de Jane Austen que al de los modernos individuos que buscan entre diversas opciones, lo cierto es que la liberación sexual asociada a un amor fuera del matrimonio le cambió la vida e influyó de manera determinante en su obra.

Esta una de las columnas vertebradotas de la monumental biografía de Joachim Radkau Max Weber. La pasión del pensamiento. El autor de La ética protestante y el espíritu del capitalismo se casó con Marianne Schnitger y, a pesar de su sintonía espiritual, nunca mantuvieron relaciones sexuales.

Aquejado de depresiones y otras turbulencias psicosomáticas, la versión oficial asegura que fueron estas enfermedades las que hicieron del pensador un impotente. Pero Radkau dio con unas cartas que mostraban la profundidad -espiritual y carnal- de su relación con Elsa Jaffe, una mujer liberada a quien el biógrafo llama la "estrella erótica de Heidelberg", la ciudad alemana en cuya universidad enseñó Weber, y el propio pensador, "la bella pecadora".

Radkau desbroza los primeros contactos entre ambos, en viajes en los que uno y otro estaban acompañados de sus respectivos cónyuges, que hacían la vista gorda. En 1909 estuvieron solos en Venecia, con resultados asombrosos en cuanto al estado mental de Weber. Elsa, por su parte, ya había comenzado otra relación con el hermano del sociólogo, Alfred, con quien vivió el resto de su vida. No era desde luego el primer triángulo amoroso de aquella mujer aristocrática.

Contra los moralistas

El asunto más espinoso para el biógrafo consiste en analizar hasta qué punto el capítulo erótico en Venecia, su antes y su después, incidió en la obra de este gran intelectual de finales del siglo XIX y principios del XX. Su mujer, Marianne, daba por sentado que Weber proyectó su carácter y filosofía de vida al establecer la relación entre el ascetismo del puritano, volcado en el trabajo como signo siempre incierto de salvación, y el "espíritu" del capitalismo. Si esto es así, ¿cómo se reflejó la liberación sexual que alcanzó su punto álgido en Venecia?

Según el biógrafo, la "ausencia de juicios de valor" que Weber recomendaba a los que quisieran hacer ciencia social o impartir clases en la universidad tiene su relación con aquellos días en Venecia. El sociólogo empezó a aborrecer a los moralistas y los predicadores. Cuando defendía la ciencia libre de valores estaba atacando la estrecha moralina burguesa de la época Guillermina. Clasificarlo todo como bueno o malo empezó a parecerle una solemne zafiedad intelectual.

Acerca del autor:
Iñaki Esteban
El Correo

Acerca del libro:
Max Weber
Joachim Radkau