tienda

Cuéntame un cuento sin censura

Fecha:
23/12/2021
La actual literatura para niños evita las perversiones de algunos relatos clásicos a la vez que atiende las necesidades socioemocionales del menor. No elude el conflicto, pero sí la oscuridad. Y eso que en estos tiempos lo fácil es caer en la reprobación gratuita.

Cada cierto tiempo ponemos el grito en el cielo porque alguien ha decidido quitar de algún estante un clásico infantil: que si Pippi Calzaslargas y Tintín son racistas, o el beso no consensuado que despierta a la Bella Durmiente un germen de la violencia machista. Poco antes de la pandemia fue noticia que se eliminaran más de 200 obras de una biblioteca de un colegio de Cataluña, tras ser catalogadas de sexistas. Entre ellas, ‘La Caperucita Roja’.

La censura tradicionalmente se ha ensañado con los contenidos para niños y niñas, a quienes suele considerarse como seres fácilmente influenciables, a los que se debe mantener a salvo del mundo corrupto de los adultos. El foco de esa censura va cambiando según los tiempos: en los años 60 era muy importante enseñar a los niños a ser obedientes y se censuraba, por ejemplo, ‘Donde viven los monstruos’, de Maurice Sendak. Hoy ese libro es un clásico, que ha vendido más de veinte millones de copias y se encuentra traducido -entre otras decenas de idiomas- en las cinco lenguas peninsulares. La atención censora se ha ido moviendo hacia temas como el racismo y el sexismo -especialmente este último- y se ha posado con especial vigor sobre los cuentos tradicionales o cuentos de hadas.

Lo que los especialistas solemos decir cuando nos preguntan sobre la así llamada «cultura de la cancelación» en la literatura infantil es que, en lugar de limpiar catálogos, es mucho más enriquecedor abrir discusiones sobre aquellos valores que nos resultan controvertidos. Estas purgas, sin embargo, por muy básicas que sean, nos permiten también comprender el poder que tienen las historias en la construcción de los mundos que habitamos y cuestionarnos acerca de por qué las contamos. Quizá después de la polémica los estudiantes de la escuela de Barcelona tuvieron algo más de curiosidad por aquella historia de la niña atacada por un lobo y rescatada por un cazador. Ojalá alguien se haya animado a mostrarles ‘La niña de rojo’, de Aaron Frisch y Roberto Innocenti, una versión contemporánea en la que el bosque es una ciudad hecha para coches y vallas publicitarias y el lobo un pandillero, o bien la maravillosas versiones experimentales de Kveta Pacovska, Adolfo Serra o de Warja Lavater.

Mercado editorial

El mayor problema de la censura muy seguramente no se encuentra en estas polémicas estridentes, sino más bien en actividades mucho más cotidianas e invisibles. No hace falta quitar un libro del estante para dejarlo de leer, y hace un buen rato que padres, madres, maestras y maestros han dejado de leer no solo los tradicionales cuentos de hadas, sino también otras historias que, temen, serán muy cruentas, desesperanzadoras, sexistas o violentas para los pequeños lectores. El mercado editorial, especialmente el orientado a quienes se inician en la lectura, ofrece un amplio abanico de bellos libros ilustrados que prometen hacernos olvidar a esas madrastras malvadas que abandonan niños en el bosque o derechamente los envenenan.

El padre que alguna vez juzgó adecuado inventarse un final alternativo para ‘Blancanieves’ -cuya bruja malvada era obligada a bailar con zapatos de hierro candente hasta caer muerta-, ahora puede escoger entre muchísimos títulos en los que, puede estar seguro, nadie será torturado. Más aún, tampoco será necesario que se salte los sufrimientos indecibles de aquellos niños y niñas abandonados al hambre, el frío o la malsana perversidad del villano, ya que en buena parte de la producción actual los problemas tienen fácil solución. En muchos de estos nuevos cuentos ya casi ni vemos aparecer conflictos o antagonistas, pero las trabajadas ilustraciones nos dejan la ilusión de estar ante verdaderas obras de arte.

El auge del álbum ilustrado como formato editorial coincidió con la masificación de una nueva cultura respecto a la crianza que se caracteriza por una demanda de mayor atención a las necesidades socioemocionales de los menores. Esta demanda se suma a tantas otras; la carga no es liviana para las nuevas generaciones de padres y madres. Aparece así una coyuntura muy propicia para publicar y leer cuentos que prometen educar emociones amables y respetuosas alejando el conflicto, las corrupciones y las aristas menos luminosas de la vida en común.

Un ejemplo sintomático es el éxito arrollador de un título como ‘El monstruo de colores’, de Ana Llenas, una suerte de libro deautoayuda para preescolares, que trata sobre una criatura que está hecha un lío y ha de aprender a diferenciar la alegría de la rabia, la tristeza, el miedo y la calma. ‘El monstruo de los colores’ nos plantea una suerte de catálogo de emociones que, si conseguimos separar y nombrar, podremos desactivar. Previsiblemente, el libro acaba con el monstruo muy contento porque ha logrado dejar atrás la confusión tras embotellar a esas cinco emociones.

Esta historia se ha colado como una favorita para madres, padres y docentes que parecen temerle al desborde de lo afectivo. Las maestras y maestros dirán que ayuda a ‘reconocer’ las emociones y esa sola idea nos da cuenta de esa reticencia -temor incluso- a experimentar y sentir con la literatura. A cambio, tenemos un abanico de posibilidades para supuestamente tratar lo conflictivo: un libro para niños cuyos padres se divorcien, otro para el que ha mudarse de ciudad, para el que tiene una enfermedad grave y el que todavía no aprende a ir al baño. Libros como si fuesen manuales de comportamiento escritos por psicólogos conductistas en los que para todo hay una forma correcta de actuar y en los que cualquier daño es reparable.

Burbuja

Si revisamos lo que se lee y se compra para las aulas de preescolar veremos cómo van desapareciendo los cuentos tradicionales y aumentando estos otros cuentos de claro afán didáctico. Se dejan de contar historias que se consideran oscuras y se cuentan estas otras que fomentarían las así llamadas emociones positivas. La lectura se ha ido convirtiendo en una herramienta para una educación socioemocional algo sosa a la que recurrimos cada vez que aparece algo de lo que no estamos muy seguros de cómo hablar. Y es quizá en este echar mano a ciertos textos y dejar de lado otros donde esté la forma más extendida y perniciosa de la censura, una censura silenciosa que se alimenta de ese deseo por mantener a los niños en esa supuesta burbuja de inocencia y despreocupación que es la infancia.

Pero al tiempo que avanzan esos libros que dejan tan contentos a tantas personas adultas encargadas de la crianza aparecen también arriesgadas apuestas editoriales que rescatan y revalorizan las versiones menos conocidas de los cuentos de hadas. En los últimos diez años encontraremos también numerosos libros para pequeños y para adultos, en los que se abordan temas considerados tabú de formas arriesgadas, así como historias clásicas en las que se encuentra presente el conflicto, la maldad, el sacrificio y la violencia.

Humor negro

A través de cuidadas ediciones en su mayoría de editoriales pequeñas se va conformando una cierta contracultura de la literatura infantil. Pienso, por ejemplo, en la magnífica versión de ‘Historia de una madre’, de Hans Christian Andersen, que realizaron Alberto Laiseca y Nicolás Arispe para Fondo de Cultura Económica, en la que una madre se mutila a sí misma intentando traer a un hijo de regreso de la muerte. Pienso también en la edición aniversario de ‘Pedro Melenas’ de Impedimenta, en la que distintos autores e ilustradores españoles propusieron otras historias protagonizadas por niños tan crueles y desobedientes como los del original, un clásico de la literatura infantil alemana censurado por su sentido del humor negro, y también en la reciente edición de la versión original de ‘Pinocho’ por la editorial chilena La Pollera, en la que se conserva ese final nada de feliz de Carlo Collodi: el muñeco no solo no se vuelve un niño de verdad sino que muere ahorcado, acusado de ser ladrón.

Estos rescates editoriales vienen a refrescar el repertorio como advirtiéndonos que antes nos atrevíamos a contar historias más oscuras en las que seguir un camino ético no era siempre fácil y en la que a veces hay que perder para no perder lo más importante. Historias sobre las sombras de la vida que nunca comprenderemos del todo y sobre el lugar de los niños en este mundo en el que los adultos aún no aprenden a vivir.

Fuente: https://www.abc.es/cultura/cultural/abci-cuentame-cuento-sin-censura-202112231603_noticia.html

Acerca del autor:
Macarena García González
ABC Cultural

Acerca del libro:
La madre y la muerte / La partida
Alberto Laiseca, Alberto Chinal y Nicolás Arispe (ilustrador)