Fecha:
10/12/2021
Determinadas situaciones, se miren como se miren, son un callejón sin salida. Aunque los españoles hubieran ganado la batalla de Ayacucho (1824), su dominio sobre América del Sur tenía los días contados. Solo hubieran contado con una parte del Perú, rodeados por todas partes de territorio enemigo y con un ejército cada vez en peores condiciones, sin posibilidad de recibir refuerzos inmediatos.
Como el resultado de este último combate fue la derrota, las tropas virreinales se vieron obligadas a capitular definitivamente. América Latina, con las excepciones de Cuba y Puerto Rico, culminaba así una larga lucha por su independencia que se había iniciado dieciséis años antes, con el hundimiento de la metrópoli tras la invasión napoleónica.
Con la novela Un día de guerra en Ayacucho (Fondo de Cultura Económica, 2021), Fermín Goñi (Pamplona, 1953) ofrece una reconstrucción minuciosa de este momento de crepúsculo imperial. Periodista de larga trayectoria, ha trabajado en medios como Deia o El País. También es conocido por sus novelas históricas, como El hombre de la Leica, acerca de los inicios de la Guerra Civil española.
Con Los sueños de un libertador (Roca Editorial, 2009), dedicada al libertador venezolano Francisco de Miranda, inició una trilogía que prosiguió con Todo llevará su nombre (Roca Editorial, 2014), acerca de Simón Bolívar, y ha rematado con su último trabajo. Aprovechamos su aparición para hacerle algunas preguntas.
¿Cuál es su secreto para que una novela histórica esté bien documentada y no parezca un libro de historia en lugar de una novela?
La novela histórica, tal como yo la concibo, o está bien documentada o no es novela histórica. Escribir Un día de guerra en Ayacucho me ha llevado cinco años de documentación y estudio, y cuatro viajes al Perú. Con el conocimiento de lo que, en mi opinión, pasó aquel 9 de diciembre de 1824 en la pampa de Quinua, a los pies del Condorcunca, a cuatro mil metros de altura en los Andes, he escrito una novela para que el gran público pueda tener una idea lo más aproximada posible de lo que sucedió en la mayor batalla que ha conocido el sur de América, que puso fin a la presencia de España en aquella parte del continente. No ha sido una tarea fácil, pero sí apasionante, porque la batalla de Ayacucho, y sus prolegómenos, es de lo más épico que ha sucedido en América.
En Perú ha contemplado los escenarios de la batalla. ¿Qué impresión se llevó de aquellos paisajes?
Visto con la perspectiva actual, el paisaje es magnífico, y la batalla, una locura. Pero si se hace el ejercicio mental de colocarse en 1824 y asumir que podía ser la última batalla de una guerra que duraba casi quince años, para los dos ejércitos era el momento de aniquilar al contrario. Después de una guerra de desgaste, ambos ejércitos llegaban en una situación deplorable: agotados, hambrientos, mal vestidos y peor armados. Por lo tanto, para los dos bandos en guerra, era la última oportunidad. Y eso fue lo que realmente sucedió.
Su libro comienza con una cita en la que Simón Bolívar compara Ayacucho con Waterloo. ¿Qué quiso decir el Libertador al plantear esta semejanza?
Que había llegado el momento de vencer o morir, que es lo mismo que Napoleón les dijo a sus soldados la víspera de Waterloo. Y eso es lo que sucede en la pampa de Quinua, una batalla para eliminar al contrario.
En su libro aparecen peninsulares que luchan con la independencia e indios que apoyan la causa del rey. ¿Podemos decir que las independencias latinoamericanas desafían todos los estereotipos?
En cierto modo, sí. Pero hay que tener en cuenta que la batalla de Ayacucho es parte de una guerra civil. Había americanos del sur en los dos ejércitos. En el del rey, nueve de cada diez soldados eran peruanos.[Horizontal]Pintura que representa la Batalla de Ayacucho. Dominio público¿Qué hacía un militar inglés como el general Miller en medio de las guerras de independencia de la América española?
Miller es uno más de los británicos que, después de las guerras contra Napoleón en Europa, quiso seguir siendo militar, pero en América y a favor de la independencia de América frente a España. Entre 1816 y 1817, aproximadamente, salieron de Inglaterra más de cinco mil soldados, mercenarios, contratados por Luis López Méndez, uno de los agentes de Colombia en Londres. Con Bolívar había oficiales británicos, alemanes, franceses y de muchas partes de América del Sur. Ellos son los que, fundamentalmente, dieron formación militar a su incipiente ejército.
Flora Barros es una rabona, es decir, una de tantas mujeres que acompañaban a los ejércitos. ¿Por qué podemos decir que ellas eran la columna vertebral de las tropas?
Eran el soporte fundamental porque hacían de todo: cocinaban, cosían y reparaban uniformes, cargaban armas, ayudaban a los cirujanos, transportaban animales, acompañaban a sus familiares… Eran un batallón más en los dos ejércitos.
Los militares españoles, como La Serna o Canterac, unas veces parecen gente preparada y otras unos perfectos inútiles. ¿Cómo es posible este contraste? ¿Por qué la misma gente que se impone en una escaramuza después pierde en Ayacucho?
Hay que tener en cuenta algo importante: a lo largo de 1824, el Ejército Real estaba formado por una mínima parte de oficiales peninsulares, y el resto, la inmensa mayoría, eran locales que no tenían una idea clara de lo que estaban haciendo. En las últimas semanas previas a la batalla, desertaron por centenares. Con una tropa así, la batalla final, para Laserna, que sufría los enfrentamientos entre sus generales, fue algo parecido a un sudoku.
Además, resultó herido de gravedad, y al abandonar el campo de batalla, custodiado por el general Miller, para ser atendido por un cirujano, el ejército realista se quedó sin su jefe y los generales patriotas gritaron a los cuatro vientos que la lucha había terminado. Fue una buena estratagema, porque la lucha no había terminado. Pero, al conocer que La Serna estaba detenido y herido, la batalla tocó a su fin.
Tendemos a simplificar las guerras de independencia en dos bandos: hispanoamericanos contra españoles. Sin embargo, ¿cómo es que Simón Bolívar tenía tan poca simpatía por los peruanos y que la clase dirigente del Perú puso tantos problemas al Libertador?
Bolívar tenía, desde que llegó al Perú, una imagen peyorativa de los peruanos, como se puede leer en las muchas cartas que envió a su vicepresidente, que estaba en Bogotá, el general Santander. Pero una vez acabada la guerra, todo en el Perú le parecía maravilloso. Sobre todo, su gran amor, Manuelita Sáenz. Pero Bolívar sabía que el Perú era un avispero y duró poco en Lima.
¿Cómo valoraría la figura de La Serna, el último virrey del Perú?
Creo que, en la situación que le tocó vivir, hizo lo que pudo. Le faltaron arrestos para imponerse a algunos de sus principales generales, en especial, al teniente general Canterac, que, en lo que se denomina como la batalla de Junín, en agosto de 1824, tuvo un papel insólito e inaudito para un militar de carrera tan dilatada, al ordenar una carga de la caballería con cuatro kilómetros de por medio, y sin órdenes de cómo atacar y reducir a la caballería enemiga. El problema no fue La Serna. Fue su propio ejército y, en especial, la deserción del general Olañeta con más de cuatro mil soldados.
El general español Pedro Antonio de Olañeta, que se rebela contra las propias autoridades hispanas, en nombre del ultraabsolutismo, hizo la guerra por su cuenta. ¿No parece un personaje digno de Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas?
Olañeta es un caso clínico. Quiso hacer una guerra por su cuenta, contra todos y contra todo, para llegar a ser virrey y crear una corte con toda su parentela. Se carteó con Bolívar, y este lo ensalza diciendo que es uno de los libertadores de América del Sur. Creo que con eso está dicho todo.
Los españoles, tras rendirse en Ayacucho, obtuvieron unas condiciones muy ventajosas. ¿Cómo es posible?
A mi juicio, porque el general Sucre se aplicó el mismo apotegma que Fernández de Córdoba, el Gran Capitán: “Al enemigo que huye, hacedle la puente de plata”. Es decir, una vez derrotado el Ejército Real lo mejor, para los independentistas, era que desaparecieran del escenario americano. Y eso fue lo que sucedió.
Un famoso poema de la época decía que los peruanos, al vencer en Ayacucho, cambiaron “mocos por babas”. Simón Bolívar, a su vez, decía que servir a una revolución era como arar en el mar. ¿Qué sacó América Latina de tanto esfuerzo?
Consiguió la independencia respecto a España. Pero no la paz, ni tampoco las naciones y los Estados. En eso, en formar las naciones, estuvieron medio siglo, pero guerreando, porque no se ponían de acuerdo ni en los límites ni en las relaciones entre ellos. Después de Ayacucho hubo en América del Sur cincuenta años de guerras internas que produjeron muchos más muertos que la guerra contra el Ejército Real.
Un aspecto fascinante del esfuerzo español en América es la presencia de militares con Espartero y Maroto, que después se enfrentarán en la primera guerra carlista. ¿Qué papel tuvieron los denominados “ayacuchos” en la historia española del siglo XIX?
Casi todos los oficiales relevantes que estuvieron en el Perú, al retornar a España, tuvieron cargos importantes designados por Fernando VII. A casi todos los denominaron, desdeñosamente, “ayacuchos”, porque algunos historiadores aseguran que en Ayacucho no hubo una batalla sino una rendición, porque así lo determinó la masonería. Es cierto que en las cúpulas de ambos ejércitos la mayoría eran masones, pero en Ayacucho hubo una batalla que, en menos de tres horas, costó la vida a unas mil setecientas personas. Por lo tanto, no se puede hablar de rendición con tantos muertos.
Ayacucho fue la batalla final, pero después, en el Callao, Rodil protagonizó una resistencia absurda contra toda esperanza. ¿Podemos establecer un paralelismo con los últimos de Filipinas en la guerra de 1898?
Rodil aguantó hasta que no pudo más. Y fue entonces cuando se avino a capitular para, según él, salir del Callao con dignidad y, a mi juicio, conservar la vida. El Callao es un fuerte que nunca ejército alguno llegó a conquistar, y eso Rodil lo sabía. Pensaba que iba a recibir refuerzos de la mar, pero cuando le hicieron ver que era el último y estaba solo, no le quedó más remedio que rendirse y negociar una salida digna. Incluso el gobierno del Perú le pagó el viaje de vuelta a España.
¿Qué le pareció la fortaleza del Callao?
Es impresionante. La ingeniería militar española dejó en América fortalezas únicas en La Habana, Cartagena, San Juan y otros lugares. De todas ellas hay dos que me siguen asombrando: el Callao y el fuerte de San Felipe del Morro, en San Juan, Puerto Rico.
Háblenos de la librería El Virrey, tal vez la más emblemática de Lima.
Es uno de los lugares que más me gusta de Lima. La última vez la visité con un escritor local y amigo, Alonso Cueto, y fue allí donde encontré un libro de comienzos del siglo XX que me aportó multitud de información sobre las costumbres, trabajos y peculiaridades de los habitantes de Huamanga, ahora conocida como Ayacucho. Es una librería que hay que visitar si uno está en Lima porque merece, y mucho, la pena.
Fuente:
https://www.lavanguardia.com/historiayvida/historia-contemporanea/20211210/7915204/fermin-goni-ayacucho-hubo-rendicion-hubo-batalla.html