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Repúblicas y republicanismo en la Europa moderna (siglos XVI-XVIII)

Fecha:
27/02/2018
El texto al que se hace referencia en las siguientes líneas se inscribe en una interesante línea de investigación que se ocupa de abordar la monarquía hispánica como una estructura política, social, económica y cultural compleja, una línea en la que ya varios académicos adscritos a departamentos o áreas de historia moderna de universidades españolas y portuguesas que estudian los siglos XVI a XVIII han venido trabajando en la última década. Para los historiadores colonialistas de este hemisferio, la prevalencia de los Latin American studies norteamericanos en los departamentos de historia puede habernos condicionado, de alguna manera, a rechazar de plano la historiografía española y la portuguesa por su legado reaccionario, evidente hasta los años setenta. Sin embargo, conviene resaltar que mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces, y en esta última década, especialmente, las historiografías española y portuguesa han dado pruebas del buen momento por el que atraviesan. Sea esta reseña una invitación a establecer un canal de comunicación historiográfico más efectivo con estas nuevas interpretaciones, las cuales sin duda son un aporte fundamental para los estudiosos de los siglos XVI a XVIII americanos.

El texto que nos ocupa, editado por el profesor Manuel Herrero Sánchez y publicado por el Fondo de Cultura Económica, se traza un objetivo bastante ambicioso en materia teórica: superar la tradicional dicotomía entre repúblicas y monarquías. Este propósito hace explícito el deseo de distanciarse de ciertos modelos interpretativos de “los filósofos y teóricos de la política y del derecho para los que la dinámica histórica no constituye una cuestión prioritaria” (27). A este efecto, el texto cuenta con un corto pero sugestivo prólogo de Giovanni Levi, seguido de una introducción teórica extensa y juiciosa, a cargo de Manuel Herrero S., que se ocupa de los debates conceptuales en torno al estudio de las repúblicas y los republicanismos y bien podría ser un libro en sí mismo. El libro tiene dieciocho capítulos, divididos en cinco partes: 1) “Cuestiones conceptuales, lenguajes y representación”; 2) “Imperios y repúblicas: perspectivas cruzadas”; 3) “Guerra, diplomacia y neutralidad: el papel de las repúblicas en una Europa de príncipes”; 4) “Repúblicas, tolerancia, descontento y conflictos religiosos”; y 5) “Las repúblicas europeas en el impulso comercial y financiero de la primera globalización: conectores mercantiles, desarrollo económico y circulación de productos culturales”. El eje vertebrador de estas cinco partes es abordar el republicanismo “no circunscrito a un sistema de gobierno sino más bien relacionado con una forma de vida y unos valores compatibles con las instituciones monárquicas” (21), como lo resalta Herrero, quien cita a Wells y Venturi.

Esta perspectiva sirve para plantear una crítica a Skinner y Pocock, que es una de las líneas de análisis teórico más interesantes de las desarrolladas por el editor del texto y que se complementa con el primer capítulo: “Repúblicas y republicanismo: realidades, terminología y enfoques”, en el que Thomas Maissen se ocupa del carácter polisémico y los distintos y contradictorios usos de la palabra república, frecuentemente empleada por la historiografía liberal en forma ideológica.

Entonces, ¿cómo es posible establecer la relación entre repúblicas y monarquía? La respuesta a este provocador planteamiento parte de la consideración de que la monarquía hispánica fue una estructura política caracterizada por un modelo de soberanía policéntrica donde el poder del monarca convivió con vigorosas instituciones representativas de la comunidad local. En este orden de ideas, el entramado urbano tuvo un rol protagónico en la articulación de un sistema de gobierno bajo la autoridad del rey, pero con elevados grados de autonomía.

El concepto de monarquía policéntrica, tan presente en el texto, se ha abierto camino como una fórmula para comprender de manera más certera el funcionamiento de la monarquía hispánica. Desde la publicación en el año 2012 del texto de Cardim, Herzog, Ruiz Ibáñez y Sabatini, Polycentric Monarchies. How Did Early Modern Spain and Portugal Achieve and Maintain a Global Hegemony?, se ha operado un trascendental cambio de sensibilidad historiográfica con respecto al pasado imperial hispánico. Este cambio ha sido visible no solo a través de nuevas aproximaciones teóricas, sino también —y lo que es más importante— en nuevas preguntas a las fuentes de investigación histórica.

Durante décadas, el foco de atención estuvo concentrado en estudiar la decadencia imperial. En las historiografías latinoamericanistas se manifestó en el auge de los estudios sobre el reformismo borbónico, que para muchos autores fue la antesala del republicanismo independentista. Prevalecía una visión derrotista de lo local y una visión magnificada del poder imperial. Sin embargo, este cambio de sensibilidad que se desea destacar ha planteado nuevas preguntas que buscan comprender la decadencia imperial —lo cual en retrospectiva resulta lógico a la luz de todas las variables—, pero también comprender cómo la monarquía hispánica logró tener éxito en un escenario de profunda adversidad política.

Una estructura política que incluía los territorios de Flandes, Milán, Nápoles, Sicilia, Portugal, España y los dominios ultramarinos de Filipinas y América, un imperio vasto en extensión y diverso culturalmente, no podría haberse sostenido solamente a partir del ejercicio de la fuerza. En este orden de ideas, la construcción de la hegemonía cultural tuvo un rol protagónico. El catolicismo contrarreformista y la cultura cortesana en la que fueron entronizadas las élites dotaron al imperio de cierta “apariencia” de unificación cultural que fue crucial en momentos de crisis política. Un entramado transnacional de burócratas, aristócratas, religiosos y comerciantes dio cohesión al conjunto, a partir de artefactos, ideas, productos y pautas de consumo con tinte cosmopolita que estos mediadores culturales pusieron en circulación (485-578).

El texto Repúblicas y republicanismo en la Europa moderna traza un derrotero de comprensión política que ahonda en la coexistencia de estas formas culturales homogeneizantes con formas políticas que favorecieron la autonomía de las ciudades gracias a vigorosas instituciones representativas. Bajo esta óptica, la ciudad se concibió como el principal espacio de representación de la identidad colectiva dentro del modelo político y, al mismo tiempo, como principal núcleo de integración cultural y control territorial en la monarquía hispánica.

Fue en la ciudad donde los mediadores culturales y los conectores ejercieron su enorme poder articulador. Sevilla, Amberes, Veracruz, Cartagena de Indias, Portobelo y Manila se constituyeron en epicentros de circulación cultural. Fue en las ciudades donde se llevó a cabo la negociación política entre intereses imperiales y pretensiones locales, y con frecuencia hubo contacto, competencia e intercambio de privilegios. Bruselas, Milán, Nápoles, México y Lima manifiestan el carácter agregativo de una monarquía con multiplicidad de centros interconectados que no solo se relacionaban con Madrid, sino entre ellos al margen de las directrices de la Corte (279).

En la perspectiva de Herrero, esta multijurisdiccionalidad ayuda a explicar la relativa estabilidad social —principalmente durante los siglos XVI y XVII— de una estructura imperial dispersa. A diferencia del modelo monárquico francés, en el caso hispánico la defensa de la pluralidad de las partes confirió cohesión al proyecto político. El principio de representatividad y autonomía de las ciudades sería pues la encarnación del republicanismo. En este sentido, argumenta Herrero, la monarquía hispánica entendida como un entramado político de ciudades no fue incompatible con el espíritu republicano sino, por el contrario, su garante.

De este modo, las revueltas de Cataluña de 1640 y Nápoles de 1647 se podrían entender como un reclamo gestionado por las ciudades como epicentro de la acción política para actualizar los pactos con el imperio y defender el modelo de soberanía policéntrica. De ahí que la respuesta de las autoridades imperiales haya oscilado en estos casos entre la represión y la negociación y que, como señala Herrero, el republicanismo haya sido una vía para resolver el conflicto que permitía velar por los privilegios locales al mismo tiempo que se reafirmaba la autoridad regia. En la perspectiva del texto, esta capacidad de resiliencia, para combinar periodos de crisis con periodos de estabilidad, sería la principal fortaleza de la monarquía hispánica.

Estos sugestivos planteamientos que hacen parte de la introducción de Herrero se encuentran respaldados en los estudios subsiguientes que componen el texto, en los cuales cada uno de los autores realiza una importante revisión documental que incluye, en especial, estudios de caso de Génova, Venecia, Holanda y Milán.

Infortunadamente, ninguno de estos apartes aborda la ciudad hispanoamericana en su particular relación con el imperio, lo que se echa en falta en un proyecto editorial de esta envergadura. La ausencia de esta reflexión no es menor y ahonda en el problema teórico-metodológico por el que transitamos algunos estudiosos de la monarquía hispánica desde la perspectiva latinoamericana: buscamos dejar atrás la denominada leyenda negra, o lo que Xavier Gil denomina la interpretación whig de la historia, sin que esto signifique caer en los relativismos propios de la posmodernidad y en una especie de versión rosa del periodo.

El debate sobre la pertinencia de los términos colonial o virreinal está a la orden del día, pero más allá de la terminología el mayor reto para los estudiosos de la experiencia histórica americana de los siglos XVI al XVIII es, en definitiva, responder a la necesidad de repensar estos temas desde nuevas perspectivas teórico-metodológicas, más atentas a las voces polifónicas presentes en la documentación de la época, visibilizando los relieves de las relaciones centro-periferia, descifrando los microcosmos locales y atendiendo al accionar político y cultural de individuos y colectivos, lejos de victimizaciones y maniqueísmos heredados de las historias nacionales. Al mismo tiempo, es preciso evitar la relativización de las relaciones de poder y dominación, que en el caso de la América hispana resultan también innegables a través de las fuentes.

Bibliografía

Gil Pujol, Xavier. “Pensamiento político español y europeo en la Edad Moderna. Reflexiones sobre su estudio en una época post-whig”. Campo y campesinos en la España moderna; culturas políticas en el mundo hispano, vol. 1, coordinado por María José Pérez Álvarez y Laureano M. Rubio Pérez. Madrid: Fundación Española de Historia Moderna, 2012, pp. 297-320.

Acerca del autor:
Verónica Salazar Baena
Fronteras de la historia (Colombia)