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Una monarquía policéntrica de repúblicas urbanas. Algunas consideraciones en respuesta a los comentarios de Verónica Salazar Baena

Fecha:
27/02/2018
En junio del presente año tuve el placer de discutir las líneas maestras del libro Repúblicas y republicanismo en la Europa moderna junto a la autora de esta reseña, en el seno del dinámico seminario de historia moderna coordinado por el profesor Joan Lluis Palos en la Universidad de Barcelona. Joan Lluis Palos es, junto a Pedro Cardim, el editor de un volumen colectivo en torno al entramado virreinal de las monarquías de España y Portugal que se inserta de lleno en el proceso de renovación por el que atraviesa la historiografía ibérica y que, como con acierto señala la doctora Salazar, ha dado como fruto una serie de intensos debates sobre la naturaleza de tan complejos agregados territoriales, primeras estructuras políticas capaces de operar a escala global.

Estamos en presencia de debates de fuerte corte transnacional en los que participan historiadores procedentes de tradiciones historiográficas diversas y que tienen en la Red Columnaria (www.um.es/redcolumnaria/index.php) uno de los más representativos foros de discusión. No en vano, fruto de estos intercambios de ideas, con seminarios que se vienen celebrando tanto en Europa como en América de manera ininterrumpida desde hace ya más de diez años, apareció en el 2012 un libro de reflexión conjunta editado por los coordinadores de dicha red, Polycentric Monarchies, que ha tenido un amplio impacto y en el que ya adelantaba algunos de los postulados que se desarrollan en el presente volumen. En dicho libro cuestionábamos la aplicación de planteamientos simplificadores y propios del Estado-nación contemporáneo a la hora de acercarnos al estudio de las complejas realidades políticas del Antiguo Régimen.

De este modo, preveníamos sobre la simplista identificación de la monarquía hispánica con la Corona y animábamos a analizar dicho entramado territorial en su conjunto y no, como suele hacerse, como la mera suma de las diferentes historias nacionales inconexas que operaban en su seno. Nuestra crítica en contra del uso anacrónico de este tipo de postulados nacionalistas entrañaba, asimismo, el cuestionamiento de la existencia de unos lazos de dependencia desigual entre el centro de la monarquía y las diferentes periferias que la conformaban, mediante mecanismos de control de la soberanía y pautas uniformizadoras que no solo eran inadecuados para entender la relación entre la Corona y sus distintos dominios en Europa, sino que, como con acierto ha señalado Alejandra Osorio, no tenían en cuenta el elevado grado de autonomía de los virreinatos americanos que difícilmente pueden ser considerados simples colonias.

Frente a estos planteamientos, apuntábamos a la existencia de una multiplicidad de centros que, lejos de adoptar una posición pasiva, participaban de forma activa en la toma de decisiones políticas y mantenían relaciones entre ellos mismos al margen de las directrices de Madrid. En este libro apostamos por superar la perspectiva excepcionalista con la que suele abordarse el estudio de los modelos republicanos existentes en la Europa moderna que, en consonancia con los postulados de la escuela de Cambridge, se han analizado en clave de alternativa a los modelos monárquicos preponderantes. Del mismo modo, consideramos que tampoco resulta pertinente el papel secundario que se les suele otorgar a estas repúblicas urbanas en aquellos estudios que ponen el acento en el protagonismo de las relaciones dinásticas y de las transformaciones experimentadas en los diferentes entramados cortesanos. Se trata, en suma, de cuestionar toda una serie de narrativas unilineales, sustentadas en el establecimiento de rígidos modelos binarios en los que se subrayan las diferencias entre modelos monárquicos y republicanos o entre absolutismo y parlamentarismo, y de analizar la pluralidad de lenguajes republicanos y el papel crucial desempeñado por dichas repúblicas en las transformaciones políticas experimentadas en Europa desde finales del siglo XV.

Nuestro propósito consiste en ofrecer una narrativa diferente, que esté más atenta al análisis de las distintas formas de soberanía y que nos permita subrayar los mecanismos de ósmosis e interdependencia entre modelos con contornos mucho menos definidos. Pretendemos abordar el estudio de las estructuras políticas del Antiguo Régimen, teniendo en cuenta la complejidad de unos modelos políticos fuertemente corporativos y con múltiples nichos de soberanía, en los cuales operaban una miríada de autoridades que gozaban de su propia jurisdicción. Un mundo caracterizado por la multijurisdiccionalidad y por formas de soberanía solapadas que estaban lejos de responder al clásico paradigma del Estado moderno y que eran compartidas tanto por los preponderantes modelos dinásticos, como la monarquía hispánica o la propia Francia (véanse al respecto las esclarecedoras aportaciones de James Collins), como por los sistemas republicanos tradicionales, como Venecia, Génova, Luca o los cantones suizos, o por repúblicas de nueva creación como las Provincias Unidas. A partir de estos postulados, resulta necesario revisar el cuadro explicativo de fuerte sesgo teleológico que, sustentado en la narrativa del progreso continuo y unilineal de los modelos políticos de marcada raigambre whig, convertía a la monarquía hispánica en el contrapunto de la modernidad; un entramado de poder abocado desde su origen a un declive inevitable, debido al sesgo fuertemente autoritario de unas estructuras políticas ineficaces, trabadas por los negativos efectos de la intolerancia religiosa sobre el desarrollo económico y fuertemente contrapuestas a los escasos modelos republicanos existentes en el continente. Nuestro propósito no consiste, en ningún caso, en desarrollar una nueva genealogía que, como se desprende de algunos trabajos recientes en torno a las aportaciones científicas o a los procesos de hibridación cultural, se esfuerce por subrayar los componentes innovadores y la versatilidad de la estructura imperial española.

Se trata más bien de destacar el fuerte componente local de una estructura política que operaba a escala global y el peso de las ciudades en la articulación de un agregado imperial de naturaleza policéntrica, caracterizado por una multiplicidad de sedes de poder. La monarquía hispánica resultó de la incorporación en su seno de los entramados urbanos más dinámicos de Europa (los Países Bajos, el ducado de Milán, el reino de Castilla, con tasas de densidad urbana superiores al 12 %), lo que explica el vigor de una cultura política de fuerte sesgo republicano, según la cual la ciudad, con sus privilegios y jurisdicciones privativos, era el espacio más adecuado para la defensa del bien común.

Estaríamos en presencia de una verdadera monarquía de repúblicas urbanas en la que el poder del soberano se veía consolidado por la constante implantación de nuevas ciudades, como acreditaría la naturaleza esencialmente urbana del proceso de expansión territorial en América. En ello radica, en efecto y como con agudeza apunta Verónica Salazar, uno de los principales puntos débiles de este volumen: la escasa presencia que en las diferentes contribuciones del libro se dedica al espacio americano, a pesar de las referencias cruzadas que se realizan al respecto en las aportaciones de Domingo Centenero, en el caso hispánico, o de Luca Lo Basso y Carlo Taviani, en relación con el peso determinante que el comercio ultramarino supuso para el desarrollo de innovaciones mercantiles en el seno de las repúblicas de Génova y de las Provincias Unidas.

Nuestro esfuerzo por destacar el peso determinante de las ciudades en la articulación de la monarquía hispánica no supone en ningún caso que cuestionemos el papel central desempeñado por la cultura cortesana y los valores aristocráticos que, no en vano, se pusieron de manifiesto en el marcado proceso de cierre oligárquico experimentado por las principales ciudades bajo la soberanía del monarca católico. Del mismo modo, cuando hacemos referencia a la multiplicidad de sedes de poder y a la existencia de una pluralidad de centros que estaban lejos de seguir los dictados procedentes de Madrid, no pretendemos cuestionar la potestas superior del monarca, ni mucho menos describir a la monarquía como un sistema político desestructurado en el que las distintas entidades y corporaciones de las que se componía la comunidad gozaban de idénticos derechos. La monarquía hispánica era una estructura política fuertemente jerarquizada y el rey, aparte de actuar como la última instancia jurisdiccional y ser el principal elemento de cohesión de tan abigarrado agregado de dominios de diferente naturaleza, era la cabeza del sistema. Ahora bien, sin poner en duda estos elementos, no debemos olvidar tampoco que el soberano constituía una parte más, sin duda la de mayor importancia, de dicho cuerpo político en el que tanto la cabeza como el más insignificante de sus miembros representaban al conjunto. La plena autonomía de las partes (ya fueran corporaciones, ciudades, ducados o reinos) y el exquisito respeto a sus espacios de representación privativos sostenían la armonía del conjunto y eran el único modo de garantizar la necesaria y activa comunicación entre las distintas partes, al conjugar los principios de unidad y diversidad.

La participación política de las distintas corporaciones que componían tan compleja estructura política se canalizaba a través de la creación de todo tipo de asambleas, comunidades, cofradías, hermandades, universidades o gremios regidos por una serie de reglas destinadas a proteger sus respectivos privilegios, y que constituían la palpable expresión de un verdadero vivere civile, cuyo principal espacio de expresión se desplegaba en el ámbito local. No en vano, en el seno de la monarquía hispánica las ciudades, a través de un vigoroso entramado de cortes, parlamentos, asambleas y todo tipo de instituciones representativas, se erigieron en la pieza clave para negociar y hacer frente a las crecientes necesidades fiscales de una monarquía en permanente estado de guerra.

Las ciudades actuaban igualmente como los principales nodos de interconexión de una multiplicidad de entramados transnacionales de hombres de negocios, aristócratas, burócratas, soldados o eclesiásticos que circulaban en el interior del sistema y que aparecían como los más capacitados para dotar de cohesión al conjunto. Una estructura política sustentada en lo local, pero con un fuerte componente cosmopolita que actuaba como un factor adicional de atracción de todo tipo de comunidades procedentes del exterior.

La versatilidad de los mecanismos de avecindamiento y naturalización enraizados, como ha advertido Tamar Herzog, en la decisión de las comunidades locales y no en el hecho de ser vasallos del mismo soberano facilitó la participación en su seno de diversas clases de comunidades foráneas, así como el establecimiento de estrechos lazos de colaboración con repúblicas que, como Génova, las distintas ciudades hanseáticas o, a partir de la paz de Westfalia, las Provincias Unidas, ofrecían una gama de servicios navales y financieros fundamentales para el buen funcionamiento de la estructura imperial. Esta es una prueba adicional de los tenues límites que existían entre unas estructuras políticas sobre las que, como advertíamos, se ha puesto siempre el acento en la diferencia en detrimento de los fuertes elementos de articulación e interdependencia.

Hace bien Verónica Salazar, gran conocedora de los permanentes conflictos corporativos suscitados entre las distintas instancias jurisdiccionales en el ámbito americano y que solían ponerse de manifiesto en los enfrentamientos protocolarios que caracterizaban al ceremonial público, cuando subraya la importancia de los mecanismos de hegemonía cultural como un factor determinante a la hora de dotar de cohesión y estabilidad a los distantes y heterogéneos territorios bajo la soberanía del monarca católico. Como nos ha enseñado Bartolomé Clavero, la defensa del bien común asociado a la res publica entrañaba una marcada interrelación entre valores morales y políticos y dotaba de un evidente tinte religioso a una justicia comunitaria que, como hemos indicado, se caracterizaba por la existencia de una fuerte pluralidad de jurisdicciones.

Como apuntaban los principales teólogos y juristas castellanos (que tanto influjo tuvieron en la obra de figuras que, como Johannes Althusius o Hugo Grotio, se nos suelen presentar como los antagonistas teóricos de la monarquía hispánica), el rey se veía obligado a respetar las distintas jurisdicciones y corporaciones que articulaban el reino, que eran la expresión de la existencia de una justicia privativa y de un orden comunitario en el que, por voluntad divina, reposaba la soberanía. El catolicismo actuaba, por lo tanto, como un imponente factor de cohesión y era el fundamento de una monarquía encargada de velar por la existencia de una justicia equitativa y respetuosa de los espacios propios de cada una de las corporaciones que conformaban el todo. Como con agudeza subraya Giovanni Levi en el prólogo del presente volumen, esta justicia comunitaria era incompatible con procesos de centralización y homogeneización administrativa.

El monarca católico era, sin duda, el representante de Dios, […] pero no había sido elegido por Dios precisamente porque Dios había creado al hombre social, y, por tanto, con el deber de darse un gobierno según su libre albedrío. Quizás no se ha enfatizado lo suficiente el hecho de que una monarquía católica compuesta por territorios tan diversos tenía el deber de respetar las formas de gobierno que los hombres se habían dado, a pesar de que podían intentar modificarlas, pero solo con el consenso de estos […] De este modo, por las venas del Imperio circulaba sangre comunitaria y, al menos, en este sentido, republicana. (14)

Aquí radica uno de los principales objetivos del libro: subrayar la poliédrica naturaleza del Estado moderno, denunciar enfoques anacrónicos y subrayar las analogías y los múltiples elementos de interdependencia entre formas políticas que, como las monarquías y las repúblicas, se nos han presentado hasta el momento como antagónicas, pero que requieren nuevos análisis cruzados, más atentos a los elementos de hibridación. Estos análisis nos ayudarán a comprender el fuerte peso del republicanismo urbano en el espacio americano, una cuestión que no ha sido abordada en este volumen y que constituye un fructífero espacio de investigación en el futuro.

Bibliografía

Cardim, Pedro y Joan Lluís Palos, editores. El mundo de los virreyes en las monarquías de España y Portugal. Madrid-Fráncfort: Iberoamericana-Vervuert, 2012.

Acerca del autor:
Manuel Herrero Sánchez
Fronteras de la historia