Fecha:
29/11/2011
Desde que allá por los ya lejanos años 20 del pasado siglo el compositor francés Erik Satie (1866-1925) hablase de Musique d’ameublement, es decir, de la concepción de la música como un arte decorativo, una especie de mobiliario sonoro, cuya funcionalidad más notoria sería la de saber ubicarse en un segundo plano, como acompañante ornamental e incluso ocasional, desde entonces, el séptimo arte ha sabido dotarse de esta valiosa función, que en aquella época no pasaba de ser ilustrativa de unas imágenes todavía mudas, incapaces de transmitir su dimensión sonora sin la ayuda de aquellos fieles correpetidores. El desarrollo tecnológico, las nuevas posibilidades del estéreo, del Technicolor y de los inmensos estudios de rodaje que la industria americana desarrolló a lo largo de los años 40 y 50, con inversiones multimillonarias, acogieron tras la guerra a numerosos compositores, muchos de ellos exiliados de una Europa destruida, que vieron en el arte de escribir música para la pantalla uno de sus principales sustentos económicos, una actividad increíblemente lucrativa. María de Arcos, profesora de composición en el Conservatorio de Sevilla, nos ofrece en este libro publicado en 2006 por el Fondo de Cultura Económica con el patrocinio de la Fundación El Monte de Sevilla, una de los estudios más interesantes realizados en castellano sobre la cuestión del papel que ha jugado la música llamada contemporánea y su supuesto experimentalismo en el campo de la música escrita para el cine. Estructurando su estudio en tres grandes bloques, la autora desarrolla en el primero de ellos un recorrido que ilustra el camino paralelo recorrido a lo largo del siglo XX por las vanguardias musicales y la creación musical cinematográfica, donde destaca el capítulo dedicado a las causas de un posible divorcio entre las propuestas atonales y la música que servía a las propuestas de comercialización cinematográfica. Inevitable es, pues, la referencia obligada tanto a Hans Eisler, como a la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt -representada por Theodor W. Adorno y Max Horkheimer-, cuyo análisis se sitúa entre las aportaciones más interesantes referidas a este singular fenómeno íntimamente relacionado con la cuestión de la industria cultural y la cultura de masas. Un segundo bloque se encarga de discernir algunas de las principales aportaciones estructurales de la atonalidad a la música de cine, rastreando un amplio corpus narrativo centrado sobre todo en los trabajos de la semiótica y el formalismo, entre muchos otros que Arcos cita concisamente, para pasar a analizar en el tercer y último bloque del libro la banda sonora escrita por Jerry Goldsmith para la película de 1968 El planeta de los simios, una de las primeras producciones cinematográficas de ciencia ficción que alcanzó una audiencia de masas. El glosario de términos musicales que se añade al final permitirá a todos aquellos que estén menos familiarizados con los términos propiamente musicales disfrutar igualmente de este interesante estudio sobre la relación entre la nueva música y el cine.
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