Fecha:
28/08/2017
Después de mi pausa veraniega vuelvo por aquí para hablar del bosque, porque como el mar, es un lugar que suelo explorar durante mis vacaciones. Y tomo directamente inspiración del original y fascinante libro del ilustrador Adolfo Serra, El bosque dentro de mí, publicado por Fondo de Cultura Económica y ganador del XIX Concurso de Álbum Ilustrado “A la Orilla del Viento”.
Creo que el bosque es efectivamente un lugar en el que hay que perderse en cada viaje que se respete. Lo selvático y silvestre – del latín silva, selva – tiene un significado cultural ambivalente, de hecho es un arquetipo que encontramos en casi todos los cuentos: por un lado representa lo que no conocemos y que nos da miedo, por el otro es una llamada fascinante e irresistible.
Hoy en día es fundamental aprender a valorar nuestro patrimonio verde, estamos en un momento histórico en el que no podemos olvidarnos que todas nuestras acciones tienen consecuencias. Pero también es verdad que hay una mayor sensibilidad difusa sobre cuestiones ambientales, como el reciclaje, la polución y el calentamiento global.
Es interesante notar como frente a una crisis económica y, en parte, de valores, como la que estamos sufriendo en la actualidad, se desarrolle también un sentimiento de tipo estético respeto a la naturaleza. El paisaje que nos rodea, así como lo silvestre, asumen significados profundos y simbólicos que nos ayudan a comprender quiénes somos y quiénes queremos ser.
El ideal romántico ha vuelto en boga, con sus barbas largas y su idea de vida campestre, pero también es expresión de una crisis de valores culturales, por lo que la selva se vuelve refugio de un alma libre de preconceptos y estructuras impuestas.
Los románticos, desde Rosseau en mitad del siglo XVIII, conocían bien ese sentimiento hacia la naturaleza que hace de ella un espacio de contemplación y liberación del espíritu humano. Como decía Shelling:
“la naturaleza es vida que duerme es energía en potencia”.
¿Puede el hombre volver a un estado natural puro? No lo creo. Lo que sí puede es buscar un diálogo con la naturaleza, comprenderla en lo posible y, sobre todo, respetarla.
A esta pregunta nos lleva también el libro de Adolfo Serra, que nos hace reflexionar sobre cuanto sea sutil la línea que demarca lo que hay dentro de nosotros con lo de fuera. ¿Cuánto pertenecemos a la naturaleza y cuánto en cambio nos pertenece ella?
La delicadeza de los dibujos en tinta y acuarela no necesitan de palabras para fascinar el lector. En cada página nos dejamos llevar de la mano para acompañar al pequeño protagonista en su exploración de un bosque de luz y sombras, y a conocer su extraña y, en cierta medida, inquietante criatura.
Pero, ¿qué es perderse en un bosque, si no un viaje para descubrir a nosotros mismos?
Así lo explica Adolfo Serra:
“Yo quiero hablar de la naturaleza como algo abrumador, enorme, sencillo, brutal, bello. Los seres humanos como seres de la naturaleza. Pero también quiero hablar de la naturaleza interior. Crecer, madurar, evolucionar, cambiar. Descubrirse en otros, descubrirse en uno mismo, vernos y no vernos. El reflejo, la búsqueda, la identidad”.
La búsqueda, la maravilla frente a lo sencillo, pero también la capacidad de enfrentarse a los propios medios, de seguir adelante aunque el camino se haga oscuro, de investigar a fondo lo que somos con honestidad. Son todos pasos fundamentales en nuestro proceso formativo, en la definición de nuestra personalidad. Y en esto la naturaleza es nuestra mejor aliada, nuestra naturaleza más interior y profunda, que nos habla con la voz del viento desde dentro, y la que nos rodea y que cada mañana, cuando sale el sol, nos estimula a abrir los ojos.
Nuestro entorno entra a formar parte de lo que somos, de esto no tengo duda.
Citando al mismo Serra:
“Quiero hablar de que uno debe buscar su propio bosque para crecer, para encontrarse. Entender los miedos, los monstruos internos y enfrentarse a ellos… o saber si realmente hay que enfrentarse. Me gustaría transmitir que uno debe ser fiel a su propia naturaleza, sea la que sea”.
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