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El capital en el siglo XXI. Algunas notas sobre el libro de Piketty

Fecha:
01/01/2015
La aparición del libro de Thomas Piketty en 2013 ha producido una importante convulsión en el ámbito de las ciencias sociales, y la apertura de un amplio debate sobre la relevancia de la desigualdad y las tendencias de la distribución de la renta y la riqueza en las sociedades más desarrolladas. El objeto del de Piketty ha traspasado las fronteras de la economía para convertirse, alimentado por los medios de difusión, en uno de los temas de atención de muchos ciudadanos. El importante crecimiento de la desigualdad en España a lo largo de los últimos años ha intensificado adicionalmente en nuestro país el interés por los argumentos, los diagnósticos y las propuestas del economista francés.
El análisis de la distribución es una cuestión recurrente en la historia de la economía, que surge especialmente en épocas particulares de incertidumbre y de crecimiento de las diferencias de rentas entre ciudadanos y grupos humanos. En el ámbito de la economía, antes de los trabajos de Marx, algunos escritores clásicos como David Ricardo insistía en la importancia de este elemento, como pone de manifiesto su correspondencia con Malthus en la que Ricardo expresa su interés en el estudio de los factores que explican el reparto de los frutos del crecimiento entre quienes contribuyeron a su generación.
Desde la economía, la principal preocupación ha sido durante muchos años el estudio de la distribución factorial de la renta, en la línea de la propuesta de David Ricardo. Desde este enfoque, lo que interesa analizar es la relación entre los rendimientos del capital y el trabajo como principales factores de producción, y si dicha relación es estable en el tiempo o cambia según las circunstancias. Como se apunta en el capítulo 1 de El capital en el siglo XXI, parece que a lo largo del tiempo, en los diversos países analizados, se ha dado una cierta estabilidad en la proporción 30% y 70% entre las participaciones del capital y el trabajo.
Sin embargo, detrás de la distribución factorial, lo verdaderamente relevante es el reparto personal de los ingresos, es decir, saber si existe o no la acumulación de rentas en el extremo superior de la distribución, si crecen o no las clases medias, si aumenta o no el estrato de baja renta y la pobreza, o si existe o no una tendencia a la polarización de la sociedad. Y, en este sentido, el libro concluye que, con carácter general, se aprecia una importante acumulación de riqueza en todos los países, solo suavizada en el periodo de las dos grandes guerras que se produjeron en la primera mitad del siglo XX.
El libro de Piketty fundamenta sus afirmaciones en una gran base de datos, construida desde hace algunos años en colaboración con otros economistas especializados en el campo de la distribución de la renta.
Entre ellos, de manera especial, los profesores Akinson, de la Universidad de Oxford, uno de los mayores especialistas en los estudios de la desigualdad, y E. Saez, de la Universidad de Berkeley, también experto en las cuestiones de la desigualdad y con amplia experiencia en el terreno de los sistemas fiscales y las estadísticas tributarias. Los nombres de otros colaboradores, hasta 30, se mencionan en la Introducción del libro, así como las características de la base de datos construida con la ayuda de cerca de treinta especialistas. La mención a tantos investigadores pone de manifiesto cómo, a diferencia de otros grandes trabajos realizados anteriormente, El capital en el siglo XXI es en gran medida un trabajo colectivo.
La mencionada fuente de información, “The World Top Incomes Database” (WTID), accesible on-line para complementar el contenido del libro, se fue construyendo a lo largo de un periodo extenso de tiempo, esencialmente a partir de los registros disponibles de datos fiscales y de la información contenida en las Cuentas Nacionales de los países objeto de análisis en el libro de Piketty, además de otras fuentes particulares existentes en cada uno de los países estudiados.
En cierto modo, como señala el autor, con esta base de datos se pretendía replicar y extender, mejorándolo sustancialmente, el trabajo realizado por Kuznets en 1953 sobre el crecimiento y la desigualdad a partir de la construcción de una serie histórica de datos sobre la concentración de la riqueza en Estados Unidos entre 1913 y 1948.A partir de los resultados obtenidos de la base de datos construida por Kuznets tras un trabajo minucioso, dicho economista expresaba una visión optimista sobre el desarrollo económico de los países, expresado tradicionalmente a través de la curva de Kuznets en forma de una “U” invertida.
El proceso de elaboración de la WTID, que incluye información estadística de tres siglos y más de 20 países, dio lugar al análisis de diversas cuestiones vinculadas a los procesos de crecimiento económico y desigualdad, así como a la publicación de diversos trabajos, algunos de los cuales (recogidos en las referencias de este artículo) se publicaron con anterioridad al libro de Piketty, referidos a la concentración de la renta y la riqueza en el extremos superior de la distribución de diversos países.
Aunque es muy difícil pretender sintetizar y valorar los contenidos de El capital en el siglo XXI, un trabajo de más de 700 páginas (en la versión inglesa), tal vez pueda ser útil reflejar algunos de los aspectos de mayor interés del libro elaborado por el economista francés.
El argumento central del libro es tratar de mostrar la existencia de una tendencia a la concentración de la renta y la riqueza en manos de pocos individuos y, en esa dirección, poner en cuestión la perspectiva optimista del crecimiento económico que defendía Kuznets y muchos economistas a mediados del siglo XX. Como se recoge en el libro (p. 571), “La conclusión global de este trabajo es que una economía de mercado sustentada sobre la propiedad privada que funciona de manera autónoma, contiene poderosas fuerzas a favor de la convergencia en el reparto de los resultados del crecimiento, especialmente las vinculadas a la difusión del conocimiento y la capacitación; pero también contiene fuerzas potentes que provocan la divergencia de resultados y que amenazan potencialmente a las sociedades democráticas y a los valores de justicia social sobre los que se basan”.
Los factores con mayor capacidad para estimular la convergencia de resultados, o la reducción de las desigualdades, como apunta Piketty, son la difusión del conocimiento y la inversión en formación y capacitación, factores claves para conseguir el crecimiento global de la productividad y lograr la disminución de la desigualdad dentro de cada país y también entre países; además, al menos teóricamente, el aumento y mejora de las tecnologías de producción, puede conducir a un aumento del capital humano y al crecimiento de la participación de las rentas de trabajo sobre las que proceden del capital. Si esto fuera así, el capital humano acabaría por pesar más que el capital financiero o el capital inmobiliario o, en otras palabras, gestores capaces y preparados controlarían la actividad económica por encima de los accionistas; según la expresión de Piketty (p. 21), “la capacitación prevalecería sobre el nepotismo y las desigualdades se harían más meritocráticas y menos estáticas (aunque no necesariamente menores)”. Otro elemento que parecería favorecer la convergencia es el supuesto proceso de sustitución de la lucha de clases por el conflicto intergeneracional, de modo que no tendría tanta importancia el enfrentamiento entre rentistas y trabajadores como ocurría en otras épocas. Los jóvenes tienden a acumular riqueza durante su vida laboral para asegurar su vida en el periodo de vejez, lo que puede generar contradicciones entre generaciones cuando se trata de tomar decisiones de alcance global. Sin embargo, en opinión de Piketty, el análisis de los datos no puede avalar las hipótesis de convergencia; persiste el conflicto entre rentistas y trabajadores y el capital «no humano» sigue siendo tan importante en el siglo XXI como lo fue en periodos anteriores.
Los factores divergentes parecen haber prevalecido sobre los convergentes, lo que explica el crecimiento de la acumulación de la renta y la riqueza en la parte superior de la distribución. Uno de ellos, frecuentemente señalado en la literatura, es el extraordinario crecimiento de los ingresos de algunos colectivos, como los máximos ejecutivos de las grandes corporaciones, quienes tienen el poder de fijar sus propias retribuciones, con frecuencia sin relación con su productividad individual. Se trata de un factor especialmente presente en Estados Unidos y, con menor intensidad, en el Reino Unido.
Sin embargo, el principal elemento explicativo del predominio de los factores divergentes es el proceso de acumulación y concentración de la riqueza cuando el crecimiento económico es débil y el rendimiento del capital alto. Según el autor, este segundo factor es «potencialmente más desestabilizador que el primero y representa sin duda, la principal amenaza para un reparto equitativo de la riqueza a largo plazo» (p. 26). El análisis de los datos muestra que la evolución de la relación capital/renta, el indicador empleado para medir el impacto de la divergencia, mantuvo un elevado nivel en los países estudiados hasta el periodo previo a la I Guerra Mundial para caer posteriormente y recuperarse a partir de las últimas décadas del pasado siglo.
Y la razón fundamental que explica esa tendencia a la desigualdad es la tasa de rendimiento del capital que durante largos periodos de tiempo puede ser superior a las tasas de crecimiento económico de los países. La desigualdad mencionada entre ambas tasas conduce a una rápida e intensa acumulación de riqueza, cuyo rendimiento aumenta más que la producción o los salarios. Como se afirma en las mismas páginas, «una vez constituido, el capital se reproduce más deprisa que los aumentos de la producción. El pasado acaba por devorar al futuro». (p. 571).
Para llegar a las conclusiones anteriores, el libro realiza un intenso trabajo de análisis de los datos históricos, centrando especialmente la atención en lo que ocurre en la parte superior de la distribución de la renta, confirmando un poderoso crecimiento de la última decila de la distribución, y especialmente la parte superior de la misma, o la última centila.
Según se documenta en El capital en el siglo XXI, sólo en algunos periodos históricos, como los treinta años posteriores a la II Gran Guerra, o en algunas regiones, como en la actualidad sucede en algunos de los países emergentes, tasas elevadas de crecimiento de la producción han permitido compensar los tipos de rendimiento del capital, aunque en periodos de expansión económica intensa es posible que el propio crecimiento estimule la tasa de rendimiento del capital, impidiendo que se reduzca el gap entre r y g. Otros factores, como el aumento de la tasa de ahorro con la riqueza o la elevada dotación inicial de capital de algunos individuos, refuerzan la tendencia divergente observada.
La consistencia de los resultados de la investigación histórica lleva a Piketty a concluir que, sin algún tipo de intervención, el proceso de acumulación provocado por la creciente divergencia es una expectativa razonable y preocupante. Aunque pueda estimularse el crecimiento económico a través de la educación, la extensión del conocimiento o las políticas medioambientalistas, no parece posible que se puedan alcanzar tasas de crecimiento superiores a las tasas de aumento del rendimiento del capital.
Si el incremento de la desigualdad se debe especialmente a la que Piketty llama “riqueza heredada” y no a la adquirida a partir del propio esfuerzo, el escenario en cierto modo implica una vuelta al pasado ya una intensa concentración no solo de la riqueza, sino también del poder económico y político en manos de colectivos que no tendrían ni capacidad ni incentivos para generar más crecimiento económico, de modo que el problema no solo tiene repercusiones en el ámbito de la equidad sino que también afecta al de la eficiencia y a la garantía del crecimiento económico, tratándose además de una cuestión que va más allá del funcionamiento mejor o peor de los mercados.
En consecuencia, a juicio del autor, se hace necesaria la política para intentar suavizar o compensar la tendencia observada; ya ello dedica la última parte de su libro, en la que analiza los rasgos de un estado social en el siglo XXI (capítulo 13), la experiencia y las principales tendencias de la imposición personal sobre la renta (capítulo 14), la propuesta de un impuesto progresivo sobre el capital adaptado a las condiciones del presente siglo (capítulo 15) y la cuestión de la deuda pública, vinculada al problema de la acumulación óptima del capital público para compensar el deterioro del capital natural.
La propuesta de imposición anual progresiva sobre el capital de ámbito mundial se dirige, en palabras de Piketty, a limitar el crecimiento acentuado de la desigualdad pero preservando el juego de la competitividad y los incentivos, incluso para proceder a un nuevo proceso de acumulación. Respecto a las características del tributo, el autor entiende que se podría aplicar a partir de tipos impositivos muy reducidos (entre 0,1 y 0,5%), que crecerían hasta el 5% según el tamaño de la base imponible. Naturalmente, no resulta una propuesta muy viable en el corto plazo, pues requiere “un alto nivel de cooperación internacional y de integración política regional...” (p. 573); pero no parece que existan otras alternativas y, según expresa Piketty en las páginas finales, “sólo la integración política regional (singularmente en Europa) puede permitir una regulación efectiva del capitalismo patrimonial globalizado del siglo XXI”.
A lo largo de su obra, y especialmente en la introducción y en las conclusiones de la misma, Piketty reitera su visión crítica de la economía ortodoxa. Frente a dicha perspectiva, que pone el acento en la teoría y la construcción de modelos sofisticados para intentar interpretar la realidad, la postura de Piketty es que para poder hablar de los problemas esenciales del bienestar y del reparto de los frutos del crecimiento entre los ciudadanos es necesario acudir al estudio riguroso de las estadísticas disponibles y a la historia; en sus propias palabras, su libro debe definirse como un trabajo de estadística histórica. “La razón de ser de este libro se fundamenta en el esfuerzo realizado para reunir la serie de datos históricos más completa y consistente posible, con la finalidad de estudiar las dinámicas de la distribución de la renta y la riqueza en el largo plazo”. (p. 17). En la misma dirección, el economista francés propone la vuelta a la economía política y a la recuperación del diálogo con otras ciencias sociales, como el mejor camino para conocer lo que pasa en el mundo real y proponer las mejores soluciones a los graves problemas que afrontamos.
A pesar del escaso tiempo transcurrido desde su publicación, El capital en el siglo XXI, ha recibido un gran número de alabanzas y críticas. Entre quienes recibieron positivamente la publicación del libro cabe mencionar a dos premios Nobel (R. Solow y P. Krugman) y un buen número de economistas y científicos sociales. También se han expresado importantes críticas a la obra de Piketty, especialmente en relación con el limitado papel que el libro concede a las instituciones, la identificación entre riqueza y capital, poco justificada a juicio de economistas como L. Summers o D. Harvey, el excesivo peso explicativo en el aumento de la desigualdad adjudicado a la riqueza heredada y no productiva respecto a los extraordinarios incrementos salariales de los grandes ejecutivos, o las utópicas propuestas formuladas para evitar el exceso desigualador de la riqueza patrimonial, singularmente el impuesto progresivo mundial sobre la riqueza.
No es posible entrar en cada uno de los temas apuntados en un artículo como éste. No obstante, a modo de conclusión, querría apuntar tres elementos especialmente valiosos, a mi juicio, del libro de Piketty: por un lado, la recuperación de los estudios sobre la distribución en el ámbito de la economía. Como el propio autor afirma, “ya es tiempo de reubicar la cuestión de la desigualdad en el centro del análisis económico y de replantear las preguntas formuladas en el siglo XIX”. (p. 16). Los estudios de desigualdad, también personal, hace años han sido objeto de atención por otras disciplinas científicas y parece muy razonable volver a la economía política en un clima de creciente colaboración con otras ramas de las llamadas ciencias sociales.
En segundo lugar, debe reconocerse el valor de las propuestas recogidas en el libro, una vez hecho el diagnóstico, para intentar moderar el intenso crecimiento de la desigualdad de la riqueza. Como también expresa Piketty, “existen medios para que la democracia y el interés general logren retomar el control del capitalismo y de los intereses privados, al mismo tiempo que mantienen la apertura económica y evitan reacciones proteccionistas y nacionalistas”. El mismo autor acepta el calificativo de utópicas para algunas de sus propuestas, pero no por ello deja de buscar las vías posibles de aplicación a partir de las experiencias pasadas y el examen detenido de los impuestos progresivos, como el de la renta personal, el patrimonio o el de sucesiones.
Por último, además de valorar especialmente el componente colectivo del trabajo de Piketty y la coherencia de trabajar sobre una base de datos amplia, construida en un periodo de tiempo extenso, es necesario reconocer también la claridad de su texto y la honestidad intelectual que pone de manifiesto al poner la información estadística al servicio de quien quiera replicar sus resultados.

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Acerca del autor:
J. Ruiz-Huerta
Letra internacional

Acerca del libro:
El capital en el siglo XXI
Thomas Piketty

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