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Con Thomas Piketty, no hay peligro para el capital en el siglo XXI

Fecha:
01/04/2015
Su obra, convertida en bestseller, se cita con respeto en los círculos del poder, las tertulias mediáticas y las cenas mundanas de Europa y EE.UU. La prensa anglosajona se ha hecho eco del fenómeno comercial del libro comparándole exageradamente con el impacto que tuvieron en siglos pasados Adam Smith, Keynes o el mismísimo autor de El capital, del que confiesa no haber leído una sola línea. Los consejeros de Barack Obama le reciben en la Casa Blanca. Esa unanimidad mediática sin precedentes, es garantía en sí de total inocuidad.

En el trasfondo de despolitización de la sociedad del espectáculo es seguro que emprenderla contra una notoriedad mundial como la de Thomas Piketty sólo puede ser la marca del resentimiento envidioso. Sin embargo, las fuertes objeciones de esta clase no deberían ser suficientes, en principio, para impedir que se planteen algunas cuestiones políticas. Digamos incluso, con más precisión, algunas cuestiones relativas a un engaño inseparablemente intelectual y político, cuyo indicio más seguro aparece dado, en negativo, por una unanimidad mediática sin precedentes, garantía en sí de total inocuidad, como por todo lo que ella elige celebrar de forma apasionada.

Realmente sería necesario que "el mundo hubiera cambiado de base" para que Libération, L'Obs, Le Monde, L'Expansion, y también The New York Times, The Washington Post, El País, etc., coincidieran en ese grado de embelesamiento sobre cualquier cosa que fuera seriamente molesta. En verdad, sólo la prensa financiera anglosajona mantuvo un poco los pies en la tierra, como The Financial Times, que ante todo fue a buscar una oblicua querella estadística, y sobre todo Bloomberg, que, a modo de parodia, brindó una cobertura al estilo Salut les copains (1), con estrellas chillonas y corazones rotos, equivalente, pero en modo risueño, del grupismo que el magazín M de Le Monde y L'Obs (2) practican al máximo nivel y con un perfecto espíritu de seriedad.

En todo caso, hay que reconocer que atribuirle el título de ''Marx del siglo XXI" a un autor que sólo tuvo la audacia de titular su libro El capital, sin haber leído jamás –como él mismo ha confesado– una sola línea de Karl Marx en general y de El capital en particular, sin proporcionar la más mínima teoría del capitalismo y sin adosarle el más mínimo proyecto político de objetarlo en sus fundamentos, es una especie de hazaña que sólo esta prensa convenientemente favorable podía saludar como un "acontecimiento".

De forma simétrica, la celebración ciega tampoco debe llevar a ignorar todos los méritos que tiene la obra. No existe un solo analista que no haya quedado impresionado por la enormidad y la calidad del trabajo estadístico. Lo estamos igual que ellos. También podríamos decir que la principal cualidad del libro de Piketty está en otro lado: es... un libro, es decir, algo que los economistas radicalmente desaprendieron a hacer, obsesionados por la conminación a publicar que les ordena multiplicar los artículos técnicos y estandarizados, especializados hasta la saturación, que no superan las quince páginas admisibles en las revistas universitarias. Ahora bien, El capital en el siglo XXI (3) es la conclusión en mil páginas de un esfuerzo perseguido de forma persistente durante quince años. Por último, está el hecho de que la utilidad de las ciencias sociales tal vez nunca es tan evidente como cuando alimentan el debate político con hechos tan sólidamente establecidos.

Sin embargo, todas las virtudes metodológicas del mundo no redimen de un engaño fundamental, seguramente deslumbrante y que pasó desapercibido por haber quedado, como la carta robada, puesto en evidencia en el propio título: El "capital", sin más. Piketty nos dice que nos va a hablar del capital. Sabe que un autor conocido hizo un libro al respecto antes que él. Pero poco importa, parece considerar él, puedo permitírmelo. Lamentablemente, para el resultado sí que importa algo. Si uno quiere, tranquilamente podría titular nuevamente un libro Crítica de la razón pura, aunque se trataría de no escribir un libro sobre la salud a través de las plantas.

Ahora bien, ¿qué es el capital? Piketty, quien "realmente nunca intentó leer" (4) El capital, sólo puede brindar una concepción muy superficial: patrimonial. El capital es la fortuna de los ricos. Para Marx, al que, en efecto no leyó con mucha profundidad, el capital es algo completamente distinto: es un modo de producción, es decir, una relación social. Una relación social compleja que, a la relación monetaria de las simples economías mercantiles, le agrega –y este es el núcleo del asunto– la relación salarial, constituida en tomo a la propiedad privada de los medios de producción, de la fantasmagoría jurídica del "trabajador libre", individuo no obstante privado de toda posibilidad de reproducir por sí mismo su existencia material y, por ende, lanzado al mercado del trabajo y forzado para sobrevivir a emplearse y someterse al imperio patronal, en una relación de subordinación jerárquica.

El capital, es eso –y no solamente el hit-parade de los ricos de la revista Fortune–. Comprendido en su versión estrechamente patrimonial, el capital afecta seguramente a los individuos ordinarios por medio del espectáculo obsceno de las desigualdades de riqueza, Comprendido como modo de producción y como relación social, especialmente salarial, afecta mucho más profundamente a esos individuos: por los sometimientos en los que encierra su propia vida –ya que ocho horas de trabajo es la mitad del tiempo que se pasa despierto–. Los obreros de Continental, Fralib, Florange, etc., probablemente sientan menos repugnancia por la ostentación insolente de los ricos de lo que se sienten devastados por sus existencias saqueadas bajo la ley de hierro de la valorización financiera del capital. y lo mismo aquellos que, en el empleo, sufren en silencio la tiranía de la productividad, la movilización agotadora al servicio de la rentabilidad, la amenaza permanente –del plan social, de la deslocalización, de la reorganización al estilo France Télécom–, la precariedad que angustia, la violencia generalizada de las relaciones en la empresa. De todo esto, no se encontrará el menor rastro en El capital de Piketty.

La forma y la intensidad de este sometimiento, desafortunadamente olvidado por el Marx del siglo XXI, se disponen según las configuraciones históricas particulares en las que el capitalismo se actualiza –ya que, en la práctica, no se trata tanto del capitalismo como de la sucesión de sus realizaciones históricas–. Y son los encadenamientos inseparablemente económicos y políticos los que, de una configuración a otra, reactivan cada vez la marcha del capitalismo en una dirección inédita. Pero nada prepara a Piketty a tomar esta perspectiva, no obstante, la única capaz de hacer percibir lo propiamente político que hay en la dinámica histórica del capitalismo.

¿Leyes transhistóricas del capitalismo?

Comenzando por su pasión por el muy largo plazo, seguramente bienvenida cuando se sabe cuán ignorantes de la historia suelen ser los economistas. Pero que, en este caso, no deja de plantear algunos problemas. Ya que si el periodo largo, digamos a escala de varias décadas, ofrece una perspectiva pertinente y rica en enseñanzas, el periodo muy largo, que no vacila en contarse en milenios, está condenado a la reconstrucción de artefactos estadísticos sin ninguna significación, y en realidad a monumentales anacronismos. Seguramente hay que tomar como un puro producto del "pensamiento economista", que no duda de nada, el hecho de presentar sin pestañear un gráfico intitulado "Tasa de retomo neto del capital y tasa de crecimiento desde la Antigüedad hasta nuestros días" (p. 765), ¡como si las nociones de Producto Interior Bruto (PIB), capital y tasa de retomo neto pudieran haber tenido algún sentido en la Antigüedad e incluso hasta el siglo XVIII! Solecismo de economista por antonomasia, que proyecta como universales categorías que es incapaz de ver que son creaciones contingentes, y más aún recientes, de la historia Así, de un exceso al otro, y por medio de una paradoja irónica, es en el momento en que el economista parece convertirse en historiador, aunque inclinándose sin advertir hacia el periodo muy largo, demasiado largo, cuando se muestra más ignorante de la historia y de la historicidad real de su objeto.

Pero el periodo muy largo no sólo tiene los inconvenientes del anacronismo salvaje. También se expone a efectos de despolitización manifiesta al hacer pasar los acontecimientos a escala de algunas décadas por insignificantes fluctuaciones respecto de milenios. Ahora bien, la década es claramente la temporalidad pertinente de la acción política, aquella medida con la que los pueblos juzgan sus condiciones de existencia y sus posibilidades de hacer algo –temporalidad  pertinente que, así, se encuentra reducida a imperceptibles oscilaciones del medidor de la historia multisecular–.

Se objetará que Piketty se ocupa sobre todo del siglo XX. Sin duda, pero para aplicarle localmente las mismas "leyes" universales que cree poder convertir en un medio capaz de "pasar" sobre el capitalismo a través de las distintas eras, ese extraño capitalismo "de tiempos inmemoriales". Pero imaginar que se puede encerrar así la marcha del capitalismo en leyes invariantes y transhistóricas, simplemente moduladas por fluctuaciones cuyo principio nunca se precisa con claridad, sigue siendo un síntoma, tal vez el más típico, de las formas economicistas del pensamiento. Soñándose físicos de lo social, los economistas siempre cedieron a la tentación de las "leyes", "leyes" de la economía o del capitalismo, como existen las leyes de la gravitación universal, que, por lo demás, en general, sirven para hacer creer que, de estatus idénticos, las primeras ordenan plegarse al orden de las cosas así como las segundas certifican que los cuerpos caen de arriba abajo.

Por supuesto, Piketty no está, o ya no está, en ese grado de ingenuidad epistemológica, sin embargo tan extendido en la profesión. Pero el hecho de que todavía sea presa de esta tentación galileana da a fortiori la medida de la pregnancia de las formas del pensamiento económico, remanente hasta en las mentes que reivindican romper con el economismo –tardíamente, además, y tal vez en el momento en el que se está a tiempo de separarse de la corporación de los expertos de chistera que una crisis histórica carbonizó de una vez por todas–.

En todo caso, no existen leyes transhistóricas del capitalismo –con más razón cuando se trata, en realidad, de simples tautologías algebraicas– (5). Existe la marcha histórica del capitalismo tal como está "secuenciado" por configuraciones institucionales singulares, cuya sucesión debe su parte principal a procesos políticos, y de los que cada una toma propiedades especiales en cuanto a las formas del sometimiento que el capital –y no la fortuna– impone al trabajo.

Se puede repetir, con constancia y en mil páginas, que las desigualdades crecen cuando r (la tasa de beneficio) es superior a g (la tasa de crecimiento), pero no se ha explicado nada en tanto no se hayan dado los determinantes de la tasa de beneficio y de la tasa de crecimiento propias de cada periodo. Ahora bien, cada uno tiene las suyas, que dependen del ordenamiento particular de sus estructuras. Ordenamiento que es el producto de luchas políticas y, digámoslo, de luchas de clases. Es porque 1936 preparó el terreno, porque las elites liberales de las décadas de 1920 y 1930 fueron liquidadas, porque la patronal se cubrió de vergüenza en el colaboracionismo, porque el Partido Comunista francés alcanza el 25% y porque la URSS tiene a raya a los capitalistas por lo que el fin de la Segunda Guerra Mundial ve un impresionante movimiento de sincronización institucional al término del cual la relación –de fuerzas– capital/trabajo se inclina en favor (relativo) del segundo término: control férreo de los capitales, desvalorización de la Bolsa, competencia internacional altamente regulada, política económica orientada hacia el crecimiento y el empleo, devaluaciones regulares, todo esto es lo que lleva a un crecimiento del 5% y vuelve al capital (por la fuerza) a un poco más de decencia.

¿Quién decide sobre instituciones y estructuras?

Pero Piketty, que menciona reiteradamente "las instituciones y la política", no ve nada de esta historia institucional y política. A la que reemplaza por los efectos de la guerra, y aquellos, más lejanos, de las descolonizaciones, choques exógenos, pero cuasi inefables, encargados de destruir el capital (la fortuna) y de llevar los contadores a (hacia) cero. En vano buscamos las luchas sociales, las huelgas generales, el pulso entre el capital y el trabajo, y sus consecuencias institucionales, en medio de las bombas y la entrega de las colonias. En realidad, el capitalismo según Piketty no tiene historia: sólo responde a una ley milenaria, invariante, localmente perturbada por acontecimientos accidentales, mientras espera recuperar implacablemente sus derechos de periodo largo –una marcha inclemente en la que ya no hay ningún lugar para los grupos sociales en conflicto, es decir, para el motor real de las transformaciones institucionales–.

Sin embargo, el resultado de esos conflictos es el que decide las bifurcaciones del capitalismo. Y, así como este último decidió en un sentido al final de la guerra, decidió en otro desde finales de la década de 1970. Pero ni una palabra sobre la Reconquista ideológica y política de los pudientes, los que, como habían tenido menos durante un tiempo, querían volver a tener como antes. Al igual que, por ejemplo, el roll back agenda de los conservadores estadounidenses de los años 1970, intención no obstante bastante explícita de "rebobinar" la historia y echar abajo las conquistas sociales, que siempre son conquistas institucionales.

Ya que esta es la pregunta decisiva: ¿quién decide sobre las instituciones y las estructuras? ¿Quién tiene el poder de hacerlas, o de rehacerlas en un sentido –su sentido–? Estas preguntas -políticas- nunca afloran en un libro desesperadamente vacío de todo enfrentamiento concreto. ¿Dónde está el análisis de la desregulación financiera de los años 1980 –que sometió como nunca a las empresas a la presión de los accionistas–? ¿Dónde está la historia del papel central que tuvieron los gobiernos socialistas de la época, de la transformación gestionaria y de la indiferenciación de las elites de derechas y de "izquierdas", políticas y económicas? ¿Dónde está el relato de la deriva liberal desenfrenada de la construcción europea a partir de 1984, el de la "competencia libre y sin distorsiones", es decir, de la máquina por excelencia de destruir los modelos sociales avanzados? ¿Dónde la historia de los tratados viles, que quitan todo margen de maniobra a las políticas económicas activas? A menos que se crea que esas cosas cayeron del cielo, claramente haría falta señalar que fueron hechas por la mano del hombre –y no de cualquier hombre–.

Piketty, un intelectual... de reemplazo

Todo lo que el capital como grupo social había concedido después de la guerra, lo volvió a ganar. De ahí en adelante, nunca ha dejado de ampliar su ventaja, servida como nunca por los sustitutos de la calle de Soiferino [sede parisina del Partido Socialista francés], decididos a entregarle todo. Es posible quedarse en la bruma de las abstracciones macroeconómicas y repetir como loros que r > g, pero no sostener que se produjo la inteligibilidad de lo que fuera y todavía menos que se llevó a cabo una “ruptura teórica” –como se extasiaron algunos periodistas, siempre boquiabiertos de verse capaces de participar de la “verdadera ciencia”–.

Difícilmente Piketty podía retomar el hilo. Ya que nada en su trayectoria intelectual anterior lo había preparado para hacerlo. No se pasa simplemente del estatus de economista orgánico de la socialdemocracia al de Marx del siglo XXI... Piketty, puro producto de la escudería Rosanvallon (6), asesor de [la candidata a la presidencia francesa por el Partido Socialista] Ségolene Royal en 2007, forma parte de esos expertos que los medios de comunicación promovieron como "intelectuales" de reemplazo, llamados a sustituir a los bufones conocidos con el nombre de "nuevos filósofos". Ya no era una época (finales de los años 1990) para camisas abiertas y pelos desgreñados, se buscaba reconciliarse con la seriedad: cifras, ciencia y, sobre todo, nada de ideología. Es decir, como debe ser, en este caso, la ideología de la globalización-más-bien-feliz-pero-quién-puede-hacer-algo-mejor, esa marca de fábrica de la tergiversación rosanvalloniana, destinada a explicar que exceptuando algunas imperfecciones -pero "nuestros expertos están para eso"- hacemos bien en no rebelarnos. Con una destacable constancia, La République des Idées (7), editorial "del conocimiento como se debe" destinada a la edificación intelectual del Partido Socialista, se dedicó a no provocar nunca nada que pudiera alejarlo del círculo del decoro.

Ciertamente, y desde hace mucho tiempo, se interesaron por las desigualdades, a veces incluso llorando a lágrima viva sobre el sufrimiento en el trabajo. Pero para incriminar a la tecnología (va demasiado rápido), la falta de formación (es importante estar formado) y las virtudes de la investigación universitaria (que son evidentes). ¿El libre cambio y sus destrucciones? Nadie lo vio. ¿La tiranía del valor accionarial? Nadie ha oído hablar de eso (8). ¿Europa, incluso al último grado del liberalismo? Nuestro destino. Así se podría resumir la línea de La République des Idées como una estrategia constante de la evitación. Y del escamoteo. En el círculo de la seriedad, lo que se define por la maximización de los beneficios mediáticos y de los beneficios de influencia, de esto es de lo que nunca se hablará.

Cataplum: 2007, crisis financiera; 2010, comienzo de la crisis europea. Y violento regreso de lo rechazado. A menos que se prefiera hundirse en la inanidad, claramente va a haber que hablar "de eso". Pero partiendo de la nada, el aprendizaje es un poco difícil. Nos faltan reflejos, las manchas ciegas sufren al quedar deslumbradas (de hecho, había sobre todo manchas luminosas, el resto era todo negro), claramente todavía nos faltan las palabras. La globalización era también globalización financiera, nunca quisimos interesamos, pero finalmente hay que reconocer que no todo es color de rosa. Sorpresa: el economista Daniel Cohen -y Piketty-, después de décadas de absoluto mutismo sobre el tema, se dan cuenta, y nos hacen dar cuenta, de que la construcción monetaria europea era "defectuosa desde el principio" (9). Los "expertos" deben funcionar con diésel: les hace falta un tiempo de precalentarniento.

Pero, ¿qué puede salir realmente de esas rectificaciones tardías? No gran cosa, en realidad. Las arrugas intelectuales –y políticas– formadas desde hace mucho tiempo no se borran fácilmente. El capital de Piketty está completamente surcado por ellas. El callejón sin salida sobre la historia política y social que creó el fordismo, que posteriormente lo deshizo en neoliberalismo, son suficiente testimonio. Pero más espectacularmente aún la última parte del libro, que no duda en llamarse “Regular el capital” –empresa de la que se puede decir que es la del Marx del siglo XXI si se quiere, pero a riesgo de ofrecer involuntariamente un síntoma de la época–.

La fiscalidad: la escoba de la socialdemocracia

Como una consecuencia lógica de la estrategia de la evitación, la fiscalidad se impone entonces como el único apoyo residual cuando se dejó de actuar sobre todo el resto. Digamos las cosas de una manera un poco dura: renunciar a transformar las estructuras es condenarse a pasar la escoba y la fiscalidad nunca fue otra cosa: la escoba socialdemócrata –a falta de tocar las causas, intentemos al menos atenuar los efectos–... Sin embargo, a Piketty, tironeado entre los problemas del momento y su deseo de no perturbar nada fundamental, le gustaría que el impuesto tuviera virtudes superiores a lo que es ... ¡e incluso la de regular las finanzas internacionales! (p. 840). Pero costaría imaginar qué impuesto podría reemplazar a las acuñaciones de moneda masivas que requiere el abordaje de las estructuras de las finanzas liberalizadas. ¿Qué impuesto reemplazará la separación bancaria? ¿El cierre de ciertos mercados? ¿La supresión de la titulización?, etc. Aun cuando Piketty contemplara las cosas desde ese ángulo, tendría que consentir en que un enclave de "desfinanciarización" debería ir acompañado de sus protecciones adecuadas, o sea una severa restricción a la perfecta libertad de movimiento de los capitales. Pero esto es demasiado para Piketty –¡tan preocupado por sus créditos antinacionalistas que llega a disculparse por trabajar en el caso de Francia (p. 59)!–.

De acuerdo con sus propios implícitos, el círculo del decoro ordena de manera irrevocable el "jacquattalismo" [de Jacques Attali, economista y escritor francés]: es cierto que el capitalismo globalizado tiene algunos fallos, pero le encontraremos soluciones –también globalizadas, forzosamente–. ¡Paciencia pueblos! La globalización de las soluciones está llegando. La Francia "socialista" llega al extremo de destruir una insignificante tasa europea sobre las transacciones financieras, pero la panacea del impuesto mundial sobre el capital está en marcha. Y mil páginas para llegar a eso: a la alternativa del impuesto mundial o del "repliegue nacional" (p. 752) –sensación de ligero abatimiento del lector de buena fe, que no encuentra la salida al problema–.

El lector tenía buena fe pero era un poco ingenuo delante de su Piketty –no se puede hacer que un caballo de madera dé coces–. La prensa le había vendido un barbudo de los tiempos presentes, omitiendo cuidadosamente dar precisiones sobre la marca de fábrica. Y el lector le había creído. Por lo demás, no deja de sorprender la cantidad de personas, algunas no obstante muy informadas, o que en todo caso tenían el deber de estarlo, que entraron en el juego. Sin embargo, no se necesitaba leer mucho para darse cuenta: "Estoy vacunado de por vida contra los discursos anticapitalistas convencionales y perezosos" (p. 62). Marx, pero lampiño. En este caso, no sobresale ni un pelo.

Un impuesto mundial que todo lo soluciona

Pero sin excluir tampoco el recurso a los postizos. Es cierto que en una entrevista promocional destinada a facilitar su recibimiento por parte del mercado estadounidense, Piketty jura por todos los dioses que no es “para nada” marxista (10). Pero, una vez de regreso en Francia, no duda en declarar sin preámbulos ante Alain Badou que él también “intenta contribuir a la emergencia de la idea comunista" (11). Y todo eso pasa inadvertido. El 22 de diciembre de 2014, Piketty reafirma su "confianza en las fuerzas del mercado" y "sermonea a los nuevos movimientos de extrema izquierda de Europa" (12), Podemos y Syriza. El 12 de enero de 2015 (!), helo aquí asesor de Pablo Iglesias, ya que ahora piensa que "el auge de los partidos antiausteridad es una buena noticia para Europa" (13). EI7 de febrero, en el programa "On n'est pas couchés" de Laurent Ruquier, ambiente familiar obliga, resulta imposible hacerle decir si es un economista de izquierdas o de derechas... A falta de coherencia intelectual, admiraremos, pues, el oportunismo rectificador que, en tiempo real, adopta las corrientes portadoras de la opinión y sabe adaptarse a todos los públicos para maximizar el alcance.

Que también conoce el arte de cultivar los epifenómenos. Ya que finalmente he aquí dónde termina la operación Piketty: en la consagración científica no solamente del sentimiento común (lo que no es poca cosa) –hay desigualdades–, sino también del tema que va a ocupar todo el espacio del debate "acerca" del capitalismo. Que, por lo demás, ya lo ocupa claramente: hasta The Economist brinda desde hace años artículos e informes sobre esta cuestión que se va a convertir en el punto débil del diagnóstico, en realidad el punto de confluencia consensual de las críticas más inofensivas. Ocurre que las desigualdades monetarias tienen excelentes propiedades bajo esa relación: permiten silenciar las otras desigualdades del capitalismo, las que no tienen nada accidental, que incluso son absolutamente fundamentales, y en realidad constitutivas: las desigualdades propiamente políticas de la sumisión jerárquica en la relación salarial, esa desigualdad fundamental que decide que, en la empresa, algunos mandan y otros obedecen. A esta última, ningún impuesto, por mundial que sea, nunca logrará hacerle nada. Plantear la cuestión de esta desigualdad, que en última instancia es la cuestión de la dominación sobre las vidas de la propiedad lucrativa, como diría Bernard Friot (14), del chantaje en el empleo, es plantear la cuestión del capital, pero de una vez por todas –la cuestión de Marx, el verdadero–. O, como mínimo, la de la configuración presente del capitalismo, a la que un impuesto mundial, que además es seguro que nunca surgirá, no logrará hacer nada; sólo la reanudación de las luchas en su ser esencial, la soberanía popular, en una nación o varias según las posibilidades que ofrezca la coyuntura política, podría lograr algo. Y en particular deshacer, por medio de la transformación de las estructuras, la relación de fuerzas que permite que el capital tome de rehén a la sociedad entera (15).

Nada de esto está en el punto de mira de la crítica de las desigualdades de riqueza, que, por lo demás, tiene el buen gusto de ofrecemos una visión amablemente aplacada de la sociedad, exceptuando al 1% de arriba, digamos incluso al 0,1 %, los verdaderos villanos. Como si el otro 99,9% estuviera unido en el mérito por medio del salario. Mientras que está atravesado por todos los conflictos vinculados a sus diferencias de condición, pero también a la violencia neoliberal propagada a lo largo de las cadenas jerárquicas de la empresa. Y todo esto con tanta más intensidad cuanto que reinan las estructuras particulares del capitalismo contemporáneo, instaladas a fuerza de perseverancia por una clase absolutamente consciente de sí misma y de sus intereses… a las que el círculo de la seriedad nunca se propone tocar, y menos cuando reivindica hacer “la teoría del capital”.

Lo peor es que hay, si se puede decir, una filosofía social en el libro de Piketty, que incluso es totalmente explícita: el mérito le corresponde al trabajo, pero la fortuna empresarial es buena –justo antes de que se incline hacia el devenir-rentista–.  "Toda fortuna está justificada en parte y es, a la vez, potencialmente excesiva" (p. 709), fórmula que, en efecto, no corría el riesgo de causarle miedo a mucha gente. La prensa bajo control de los accionistas, experta en engaños que no deberían engañar a nadie, no se engañó. Sumado a su deseo de paz generalizada, la paz del capital y del trabajo, la paz del 99,9%, la paz de la "gobernanza mundial", Piketty, que, finalmente, sólo habrá mencionado a "las instituciones", "la política" y "los conflictos" por la forma, nos brinda in fine su visión profética: "Los combates bipolares de los años 1917-1989 ya claramente han quedado atrás" (p. 949). En el momento preciso en el que una crisis histórica del capitalismo por fin vuelve a poner en el orden del día intelectual la idea de planteamos libramos de él. ¡Qué presciencia! ¡Qué sentido de la época! Qué alivio, en todo caso. Nada grave, pues. En marcha para la campaña de Martine Aubry (16).

 

 

(1) Programa de radio para la juventud centrado el la música popo

(2) M Le Monde, "Comment un économiste est de venu une rock star", 27 de junio de 2014; L'Obs, "Piketty, gourou mondial", París. 20 de noviembre de 2014

(3) Thomas Piketty, Le Capital au XXle siecle, Gras set, París, 2013 [trad. casI.: El capital en el siglo ~ Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2014]. Las paginas que aparecen señaladas a lo largo del articulo se refieren a la edición francesa del libro de Piketty'

(4) Porque es "muy difícil de leer"... EntreVista. Th New Republic, Washington DC, 5 de mayo de 2014

(5) Ya que las dos "leyes del capitalismo" no son nada más, como además lo reconoce hipócritamente

Piketly, que puras identidades contables.

(6) Pierre Rosanvallon: Historiador e intelectual francés. Uno de los principales teóricos de la autogestión.

(7) Grupo de reflexión (y editorial) de centro izquierda presidido por Rosanvallon.

(8) Con la excepción –característica– de una obra de Jean Peyrelevade, quien se indigna contra el capitalismo accionarial para terminar en una oda a la responsabilidad...

(9) "La crise tient fondamentalement aux vices de la construction de la zone euro", Daniel Cohen, L'Express, Paris, 5 de junio de 2013 -i2013!-.

(10) Entrevista, The New Republic, 5 de mayo de 2014.

(11) Debate con Alain 8adiou, "Contre-courant", Mediapart, 15 de octubre de 2014.

(12) Owen Jones, entrevista, The Guardian, Londres, 22 de diciembre de 2014.

(13) Entrevista, The Guardian, 12 de enero de 2015.

(14) 8ernard Friot, L'Enjeu du salaire, La Dispute, París, 2012.

(15) Véase "La izquierda no puede morir", Le Monde diplomatique en español, septiembre de 2014.

(16) Política del Partido Socialista francés.

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Acerca del autor:
Fredéric Lordon
Le Monde diplomatique en español

Acerca del libro:
El capital en el siglo XXI
Thomas Piketty

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